Si existiera una carrera universitaria para caer en estafas, medio país se recibe con honores. No falla: cada tanto aparece la nueva “empresa revolucionaria”, con un logo brillante, promesas de libertad financiera y un influencer en remera blanca diciéndote:
“Tranqui, yarco, yo invertí y ya estoy generando 4 % diario en dólares.”
Y ahí arrancamos todos a babear como si nos ofrecieran kilos de asado gratis. Primero te lo cruzás en TikTok o en WhatsApp. Un tipo con sonrisa de comercial de pasta dental te dice que encontró la forma de ganarle al sistema. Vos, que hace seis meses no podés ni ganarle al cajero automático del Banco San Juan cuando te traga la tarjeta, decidís confiar. Porque claro, el tipo habla con palabras raras: blockchain, arbitraje, minería, USDT. Y vos pensás: “uh, suena importante”. Después te meten en un grupo de Telegram. Cien fantasmas mandando emojis de fueguitos, manitos con dólares y frases tipo “a la luna, papá”. Y vos, que no sabés ni cómo poner un fondo de pantalla, ya estás abriendo una billetera virtual y mandando plata como si fueras Elon Musk comprando sopaipillas.
Pero tranquilos, el manual dice que todavía no aprendiste. Falta la mejor parte:
Te muestran una app con gráficos, numeritos verdes que suben, y te dicen que estás “ganando”. Vos como buen sanjuanino chusmo la mirás cada diez minutos, como si fuera el corazón de tu billetera latiendo en tiempo real. Hasta que un día… pum. La app deja de abrir. El grupo de Telegram desaparece. Y el influencer, el del “bro, confiá”, borra la cuenta y sube un video nuevo desde la playa: “Bueno, aprendamos de los errores, la próxima va a ser mejor.”
Y ahí estás vos, mirando la pantalla, repitiendo la frase clásica: “Pero si en Vono todos decían que era real…” Claro, todos también dicen que el primo del amigo del vecino se ganó la lotería, y vos seguís comprando raspaditas. El problema es que el yarco-gil no nace: se forma. Se entrena a base de ambición, ignorancia y ser bien ahuevonado. Porque cada vez que alguien avisa “che, eso suena a trampa”, el yarco-gil dice “no, esta vez es distinto”. Nunca es distinto. Es el mismo cuento, con otra tipografía. Y la mejor parte: cuando pierden todo, en lugar de asumir que se metieron solitos en la licuadora, se enojan con los demás. “¡Pero nadie me avisó!” Querido, te avisaron hasta los limpiavidrios. Te avisó tu vieja, tu primo, y hasta los yarcos de radio La Red 89.3 mhz. Lo que pasa es que querías ser el próximo millonario… y terminaste siendo el próximo ejemplo de «¡Ahí lo tenés al pelotudo…!
Así que si algún día te prometen ganancias mágicas, pensá esto: Si existiera una inversión que te da plata sin riesgo, no te la van a contar por WhatsApp. Te la esconden, la cuidan y la venden carísima. Mientras tanto, los estafadores ya están preparando la próxima: otro nombre, otro logo, misma historia. Y allá van de nuevo, los sanjuaninos corriendo detrás del sueño del dólar fácil, cayendo en el mismo pozo, pero con mas años de inocencia encima.

