Hay una línea que separa la civilización de la barbarie. Esa línea se llama Hamas. No hay eufemismos. No hay excusas culturales ni relatos geopolíticos que puedan maquillar la realidad: Hamas es odio puro, muerte industrializada, fanatismo religioso convertido en arma. Hamas no representa al pueblo palestino. Representa la barbarie. Punto.
Trump y Netanyahu escupieron con mi saliva en la cara a Macron, Sánchez y Starmer, Guterres (El antisemita Sec. Gral. de la inutilísima ONU), Lula, Boric, Petro, Maduro, Ortega, Diaz Canel, Bregman, Del Caño, Biassi, y tantas otras glorias del antisemitismo americano y europeo.
Mientras el terrorismo derrama sangre con sonrisa fanática, Israel sostiene lo que cualquier nación debería sostener sin titubear: el derecho inalienable a defender a su gente. Netanyahu encarna esa voluntad de hierro: no negociar con terroristas, no pedir disculpas por existir. Eso, guste o no, es ética de guerra y moral de Estado.
El fanatismo religioso islámico no perdona. Ataca símbolos, iglesias de cualquier tradición cristiana, la historia misma de Occidente. Y mientras algunas fuerzas externas destruyen desde afuera, otros relativizan desde adentro: intelectuales, artistas y opinadores «progresistas de izquierda snob» que justifican lo injustificable, que traicionan la coherencia moral, que prefieren la tibieza antes que la defensa de la civilización. Esa traición ética —más letal que cualquier bomba— erosiona Occidente desde adentro.
En un mundo donde las Naciones Unidas están anestesiadas por una basura como Sec. Gral., y donde gobiernos occidentales vacilan entre la corrección política y la rendición moral, Trump fue un oasis de claridad. Llamó a las cosas por su nombre, reconoció a Jerusalém como capital de Israel desde hace 4.000 años cuando el Rey David la declaró en ese sentido, cuando todos los demás miraban al piso para no incomodar al terrorismo internacional o a los islámicos que viven en sus países de forma ilegal, viendo que Europa está entregada.
El terrorismo no se derrota con lamentos, ni con comunicados tibios, ni con judíos cobardes como Norman Briski o Ernesto Tenembaum, Cecilia Roth, o Axel Kicillof. Se derrota con decisión, con fuerza y con brújula moral firme. Netanyahu y Trump no son solo líderes: son el límite ético de Occidente frente a la oscuridad, el muro que separa la vida de la cultura occidental judeocristiana, de la muerte que significa el terror islámico.
No se trata de ideología. Se trata de civilización o barbarie. Frente a quienes celebran la muerte, Israel con todos sus dilemas, sigue siendo la defensa más firme de la vida en el Medio Oriente. Y quien dude de eso, que mire de frente al terror, recuerde que los argentinos sabemos de eso y mucho, que recuerde que los montoneros se entrenaron en los campos terroristas de la OLP, y después recuerde que no hay espacio para excusas.

