“¡Tobillera para una reina!”
En una jugada digna de serie de Alfred Hitchcock versión peronismo realismo mágico, la Justicia argentina le otorgó a Cristina Fernández de Kirchner la prisión domiciliaria. Sí, señoras y señores, la expresidenta se quedó sin fueros pero con living, sin toga pero con bata, y sin pasillo de cárcel… pero con pasillo alfombrado.
Y lo más jugoso: ¡con tobillera electrónica! Sí, Cristina ahora luce el último grito de la moda judicial otoño-invierno, el modelo “Zaffaroni Smart 3000”, edición limitada para lideresas populares con prontuario VIP.
Dicen que cuando se la pusieron, Cristina preguntó:
—¿Esto se carga con cable USB-C o es a batería solar bolivariana?
Y el policía le dijo:
—Con el cargador de la comisaría, señora.
Apenas se conoció la noticia, Máximo salió corriendo a comprarle una funda a la tobillera en Once: cuero ecológico, con escudo de choripan y una estampita de Néstor abrazado a la caja fuerte para espantar las causas. La Cámpora pidió que la señal del GPS sea codificada con frases de Maduro. Y Wado de Pedro propuso que cuando Cristina se aleje del radio permitido, la tobillera no haga “bip bip” sino que cante “Vamos a volver”.
Mientras tanto, en el barrio, los vecinos ya se preparan para convivir con la nueva “presa distinguida”. En el consorcio del edificio armaron una reunión extraordinaria porque, claro, “no es lo mismo tener una abuela jubilada que a una expresidenta con condena”. Uno del 5° B propuso poner cámaras en el ascensor “por las dudas que venga Zannini a organizar un indulto casero”. Otro preguntó si la custodia de Cristina podía sacar la basura los miércoles.
Y por supuesto, Grabois organizó una vigilia espiritual con guitarra y pan casero frente al balcón. Llevó carteles que decían: “Cristina libre, pero en su casa”, “El pueblo está adentro con ella”, y “¡Viva la democracia domiciliaria popular!”. No faltaron los militantes que exigieron que le instalen un microcine y una silla presidencial giratoria con vista a Constitución.
Los fiscales Luciani y Mola, por su parte, pusieron cara de “nos estafaron con la promo”. Ellos soñaban con verla en Ezeiza, comiendo guiso de lentejas y compartiendo celda con otras Milagro Sala. Pero la Justicia les dijo: “No, no, muchachos, ya no está para eso. Tiene 72 años, artrosis, hipertensión, y el dedo índice con memoria revolucionaria. Se queda en la casa, pero con el X-Twitter controlado”.
Y atención: la tobillera tiene sensores de discurso. Si Cristina menciona palabras como “lawfare”, “Clarín”, “Macri gato” o “Estado paralelo”, o «Mis socios iraníes», salta la alarma y le corta automáticamente el vivo de Instagram. Todo pensado, todo medido. Y si se le ocurre dar un discurso desde el balcón, los sensores de movimiento activan una versión remixada del himno nacional, estilo reggaetón kirchnerista, con letra inclusiva.
Dicen que la única que se opuso a la medida fue la heladera del departamento, que protestó vía Twitter:
“No quiero ser testigo de lo que se viene. La señora habla sola, hace zooms, y ahora encima no puede salir. ¡Yo no firmé para esto!”
En definitiva, Cristina está más cómoda que nunca. No va a la cárcel, pero se convierte en un reality. Un “Gran Hermana” de la política. La historia argentina vuelve a superarse: tenemos a una expresidenta condenada por corrupción que cumple condena en su casa, con tobillera de lujo, custodia VIP, y la mitad del país llorando y la otra mitad tuiteando.
Y ahora, cada vez que alguien diga “Cristina está presa”, habrá que responder:
—Sí, pero… en modo reina y con vista al obelisco.