Guillermo Coureau y Sergio M. Eiben
La dicotomía entre persona y personaje termina cuando el segundo se cierne sobre el primero, fagocitándolo por completo. Nunca es al revés. De esta manera los límites desaparecen, y aquel que alguna vez disfrutó del libre albedrío de ser quien quisiera, queda circunscripto a una imagen acotada por recurrencias que del deber ser. En el caso de Guillermo Nimo, pelo engominado, traje impecable; mucho oro en sus dedos, en su tabaquera, en sus trabas de corbata, un desdén por el idioma español y una boquilla. Siempre una boquilla: “A los 16 años -contaba en una entrevista en 1981-, cuando me puse el primer cigarrillo en la boca, se me quedó pegado y me arranqué medio labio. Por una semana no pude casi comer. Cuando me curé, me compré una boquilla y desde entonces las uso”. Esta será la primera de muchas anécdotas de su vida que disparan dos preguntas. La primera es ¿será verdad? Y la segunda: ¿importa?
Nimo no provenía de una cuna de oro, pero casi. Miembro de una familia a la que no le faltaba nada, nació en Vicente López y Callao, pleno Barrio Norte, el 22 de febrero de 1932. “A los 12 años, mi padre, que era ejecutivo del Jockey Club, compró una casa en Julián Alvarez y Soler. Yo daba la vuelta y me iba al taller de los hermanos Gálvez”, contó alguna vez.

Hijo único de José y Josefa, ambos inmigrantes provenientes de La Coruña, a Nimo le gustaba decir que había tenido dos madres, porque en el podio también entraba su madrina, cuyo cariño terminó en rivalidad: “Mi madre y mi madrina llegaron a estar seis meses sin hablarse por los mutuos celos que sentían con respecto a mí”.
La resultante de tanta sobreprotección forjó una personalidad indomable, de esas de chaleco de fuerza. Literal. “Una vez tuvieron que ponerme uno en el Hospital Alemán, porque me había lastimado y no me quedaba quieto. Igual le terminé rompiendo los dedos al médico”. Ni un colegio de curas, ni un empleo en Tribunales (Juzgado Nro. 1, Talcahuano 490) pudieron domar tanta energía. Quedaba un solo camino: el fútbol.
Un caso “esepcional”
A finales de la década del 50, el futuro de Guillermo Nimo en el fútbol era, por decirlo de manera elegante, incierto. El deporte le había gustado siempre y seguía la campaña de River desde los 10 años por mandato materno; por eso, el pibe de Barrio Norte decidió seguir los pasos de su ídolo, Amadeo Carrizo. “Yo era un buen arquero pero no descollaba para nada. Llegué a jugar en la tercera de Huracán. Cuando se me venció la edad de tercera fui a Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, un club con agua caliente y lindas chicas. Un día faltó un réferi, y aunque nunca había agarrado un pito, lo hice. Tenía 22 años”.
Y aunque entonces ganaba un buen dinero como vendedor, Guillermo le tomó el gustito y no lo soltó más: “Después fui a la escuela de árbitros -le contaba al periodista Rodolfo Braceli-, y empezó mi campaña que, atiéndame bien, fue una campaña única: en seis años llegué a referí internacional”. El mismo que alguna vez pensó en entrar al Liceo Militar, solo por la pinta que le habría hecho el uniforme, aunque con la seguridad de que podría haber llegado “primero a general y después a presidente”.
No llegó ni a una cosa ni a la otra, pero la cancha fue el verde escenario que le permitió terminar de delinear a su personaje. Un hombre soberbio, poderoso, que entraba a la cancha revoleando la cadenita del silbato, como diciendo “acá estoy yo”.
“Lo mío cómo réferi fue un caso único en la Tierra. Yo fui el réferi en la historia del mundo que, haciendo un promedio de cincuenta partidos por año en mi país, el año que más jugadores eché fueron tres. Y hubo un año que eché a uno solo, a Perfumo. Lo que le digo: un referí único. Yo siempre iba corriendo muy cerca de la pelota. Cuando veía que un jugador le iba a dar un patadón a otro yo le gritaba: ‘¡Qué va a hacer!’. Y el tipo se frenaba de golpe. Además, antes de mi advenimiento el fútbol separaba al hombre de la mujer. Yo logré entrar en la mujer y en los niños. Me paran en la calle y la mujer viene y me dice: ‘Yo de fútbol no entiendo pero usted me hace matar de risa’. La televisión más allá de cultura es entretenimiento”. Esa es la palabra clave: televisión. Si Nimo quedó en la memoria emotiva de la gente, no fue por su estatus de árbitro, sino por el personaje mediático que tan bien construyó. Porque si en el ambiente del fútbol se lo llegó a considerar “un payaso”, en el ambiente televisivo, también.
La otra mano de Dios
El domingo 22 de diciembre de 1968 se enfrentaron River y Vélez en cancha de San Lorenzo. Hacía diez años que el equipo de Núñez no salía campeón, dependía de ese resultado para quedarse con el Nacional 68. A los 37 minutos del segundo tiempo, y con el partido empatado, el Millonario encuentra una clara jugada de gol, que es rechazada con la mano por el defensor fortinero Luis Gregorio Gallo. Todos vieron la mano menos el árbitro, Guillermo Nimo, que dejó seguir, acción que abrió una de las polémicas más grandes en la historia del fútbol argentino.
“Es un inutil”, “seguro que lo coimearon”, “no sabe dirigir”, la cadena nacional en tiempos sin VAR puso a Nimo en el eje de la tormenta, en una polémica que todavía se recuerda. Para él, la explicación era mucho más simple: “Como referí pasé una etapa brillante, fui más aplaudido que criticado. Solamente metí la pata en el penal que no le cobré a Gallo; yo no vi la mano de Gallo. Después perdió River el campeonato por diferencia de goles. Pero lo mío no fue un error, fue un accidente de trabajo. Yo estaba tapado por otro jugador: ¿qué quieren que cobre si yo no vi nada?”. Otra crítica de ese partido es que no adicionó tiempo, lo que atribuyó a una falla de su cronómetro, ‘mala suerte, yo no inventé el reloj’”. Su autoconvencimiento a prueba de balas le permitió seguir durmiendo tranquilo, incluso más que cuando estaba despierto: “Mi madre, fanática de River, cuando tuve el accidente del penal de Gallo estuvo una semana sin hablarme”.
Fue el principio del fin de la carrera futbolística de Guillermo Nimo. En una sucesión de acciones que él definió como “una cama” que le hicieron sus colegas “por ser mejor que ellos”. Fue expulsado de la Asociación de Árbitros por “faltas a la ética” (se lo acusó de haber cobrado partidos que no había dirigido) y más tarde llegó su renuncia con la AFA.
En una carta a Gerardo Sofovich fechada el 16 de abril de 1987 (como respuesta a una crítica de Nimo en el programa La noche del domingo), el árbitro Ángel Coerezza enumeraba el “prontuario” que pesaba sobre su colega: “En Asamblea General de la Asociación Argentina de Árbitros, sus propios compañeros resolvieron por unanimidad su expulsión de la entidad, en 1969, por graves faltas a la ética. En marzo de 1970, se le da de baja de los registros de la Asociación del Fútbol Argentino por razones técnicas (sic), y se le acepta piadosamente su renuncia a las 20:30 hs. del mismo día, evitándose así pagarle indemnización alguna. En julio de 1972, ante la intervención del señor Raúl D’Onofrio, presenta un pedido de reincorporación, creyendo encontrar eco y sorprender a las autoridades que en ese momento conducían el Fútbol Profesional. Recién en noviembre del mismo año, a través de las ‘gestiones’ hechas por él mismo, se trata el pedido mencionado. Como no podía ser de otra manera y con la firma del entonces Presidente del Colegio de Árbitros, señor Gómez López, se ratifica la decisión del año 1970 del Dr. Alfredo Cantilo, en aquel entonces Presidente del Colegio de Árbitros, se le recuerda que la aceptación de su renuncia fue sólo un acto de fina cortesía, y que AFA ya tenía formada opinión sobre sus condiciones técnicas y en razón de las mismas, había determinado su exclusión. Es este el primer caso en que un árbitro internacional con menos de dos años de antigüedad en esa categoría es dado de baja por razones técnicas. Y en fecha que no puedo precisar fue dado de baja como Afiliado al Círculo de Periodistas Deportivos por entender sus colegas que había incurrido en graves faltas éticas”.
Genio y figura
Quizás por su pasado como vendedor, seguramente por su talento natural, Nimo siempre supo cómo hacer marketing de sí mismo. Para cuando el fútbol le dio la espalda, su figura había trascendido el campo de fuego y se había afirmado en los medios de comunicación; especialmente en la televisión, donde su estilo entre pintoresco y bizarro, era un imán para la audiencia, que no podía creer lo que veía.
Su prehistoria televisiva nace en 1970, en el poco recordado programa Tangolerías, que Roberto Galán conducía en Canal 11. Una década más tarde se dio el gusto de debutar como “actor invitado” de Aquí llegan los Manfredi, efímera comedia familiar protagonizada por Enzo Viena y Gilda Lousek. También pasó por el teatro
Más acá en el tiempo, y ya en pantalla grande, integró los elencos de Gran Valor (1980) con Juan Carlos Calabró y Esa maldita costilla (1999) con Susana Giménez. También quedó en la memoria de una nueva generación por su actuación en el video “La guitarra”, de Los auténticos decadentes, donde aparecía en camiseta, tiradores y boquilla. A pesar de ello, quien delineó el personaje que quedó en la memoria fue Gerardo Sofovich cuando lo incorporó a sus programas de fin de semana, más Polémica en el bar, más Tribuna caliente (antes había sido parte también de Polémica en el fútbol), más la obra Hola mami, hola señor: “El autor de mi personaje es una sola persona: Gerardo Sofovich. Él me dio muchas explicaciones, me aconsejó y por eso yo le estoy eternamente agradecido. Sofovich sí es un genio. En la televisión él ve todo lo que muchos no ven. Más que odiado es envidiado, Gerardo es un hombre que a todas las cosas que tocó las hizo oro”.
La “perla blanca”, la “perla negra”, el “por lo menos, así lo veo yo”, el “sic, sic” a modo de rúbrica, el “esepcional”, el “asesor Pirincho”, aquel “mi querido y estimado…” y demás latiguillos fueron los que terminaron de construir una imagen televisiva dominada por una extravagancia entregada al ridículo. Con respecto a esta última frase, cuentan que en tiempos en que el crítico conducía Nimo no perdona en radio, en un pasillo se cruzó con Carlos Salvador Bilardo, a quien había destruido el día anterior. “Mi querido y estimado Doctor Bilardo”, fue lo único que el periodista alcanzó a decirle antes que el DT le metiera una trompada y lo empezara a correr por las escaleras.
A comienzos de 2013, Nimo fue internado en el Sanatorio Otamendi por una insuficiencia cardíaca. Murió el 12 de enero, por complicaciones en su cuadro luego de que se le practicara una angioplastia. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Chacarita, lugar que hace dos años una nota periodística mostró abandonado, con una pequeña cruz y su nombre escrito a mano. Una tumba sin lujos, sin excentricidad, completamente olvidada. En abril de 2023, sus restos fueron cremados y esparcidos en la Villa Hípica del Hipódromo de Palermo, porque su otra pasión, esta por parte de padre, era el turf.
“Uno tiene que ir a buscar el destino. De chico yo tenía una memoria prodigiosa. Soy un tipo popular, por la calle me dicen ‘maestro’, ‘genio, no te mueras nunca’, ‘sos el único que dice la verdad’. Le guste a una gente o no le guste a otra, yo triunfé”, dijo alguna vez. Con esa convicción murió, y aunque la realidad hoy le lleva la contra. De enterarse Nimo la miraría por arriba del hombro, le tiraría ceniza de cigarrillo en la cara y se daría media vuelta, caminando altivo hacia el horizonte.