En Misiones, el que tiene el sello de gobernador se llama Hugo Passalacqua. Pero no se engañe, amable lector: ese señor no manda ni en su grupo de WhatsApp familiar. El verdadero jefe es Carlos Rovira, un ex gobernador que gobierna sin cargo, sin despacho y sin levantar la voz. Lo suyo es más elegante: manda por mensaje cifrado como si fuera Pablo Escobar, pero en versión yerbatera.
Rovira es el dueño del paquete completo de legisladores misioneros, una suerte de “combo político” que incluye cuatro diputados, dos senadores y un puñado de conciencias en alquiler. En un Congreso donde cada voto vale más que una entrada al cine con pochoclo, tener seis legisladores a control remoto te convierte directamente en emperador.
Los diputados de Rovira no tienen ideas propias, ni libertad, ni personalidad. Son como los muñecos del GPS: solo giran si el cacique les avisa. Algunos incluso entran al recinto sin saber si van a levantar la mano o rascarse la nariz. Una vez, uno se animó a pensar: era Maurice Closs. Hoy no se le conoce actividad política, pero se rumorea que hace delivery de empanadas en Iguazú.
La última jugada maestra del Yacaré Invisible fue con la ley de Ficha Limpia, esa tímida aspiración de que los corruptos no puedan ser candidatos (ja, qué chistosos los argentinos). Todos creían que los senadores misioneros iban a votar a favor. Hasta lo dijeron en la radio. Hasta lo juraron por su tía. Pero no. A último momento cambiaron de opinión como influencers que borran tweets viejos.
Victoria Villarruel, vicepresidenta y señora de los gestos eternos, puso cara de “me robaron la cartera” cuando vio que los misioneros votaban en contra. Un papelón mayúsculo. La senadora Rojas Decut había prometido transparencia y se fue del recinto más rápido que Milei huyendo de una entrevista con datos reales.
¿La razón del giro? Sencilla: Rovira negoció con Santiago Caputo, el Rasputín libertario. El acuerdo incluía frenar Ficha Limpia para que no crezca Silvia Lospenato en la Ciudad, porque la transparencia molesta, huele feo, como si abrieras la heladera del sistema y encontraras cadáveres políticos tapados con tupper viejos.
Ah, y de yapa, Rovira metió una candidata libertaria en la lista provincial. Porque este señor no milita: este señor cotiza en Bolsa. Si mañana bajan los bonos de la UCR, él se pasa a los troskos con una sonrisa.
Alejandra Vigo, senadora y esposa de Schiaretti, denunció “acuerdos oscuros”. No señora: oscuros no, negrísimos. Más que acuerdo, esto fue un pacto fáustico con el diablo vestido de misionero callado y con Wi-Fi militar.
Mientras tanto, los senadores de Rovira se retiraban en silencio. No hablaron. No saludaron. Desaparecieron como dignidad en sesión de aumento de dietas.
Así estamos: con un país que discute si un condenado puede ser candidato, y con un sistema donde los votos se deciden por mensaje secreto enviado desde la cueva del brujo misionero. Bienvenidos a la Argentina: la democracia más feudal del siglo XXI