El impuesto al turismo: el fantasma que nunca se fue. Había una vez, en el reino de las promesas políticas, un encantador anuncio que hizo suspirar de alegría a miles: «El impuesto al turismo desaparecerá». Así, con esa contundencia digna de un eslogan de campaña, parecía que el bolsillo del viajero recibiría finalmente un respiro. Pero como en todo cuento político, la magia duró poco.
Hoy, el gobierno nos sorprende con un giro argumental digno de un thriller. «¿Desaparecer? ¡No, no! Lo que quisimos decir es que se reestructura, que es como desaparecer… pero no realmente». Y así, el impuesto al turismo, ese que según algunos ya estaba camino al más allá, sigue vivo y coleando, pero ahora con un nuevo look, quizás más sofisticado, pero igual de persistente.
La contradicción es casi poética. Por un lado, los que proclamaron con orgullo que «esto se termina», y por otro, el gobierno que con un elegante gesto dice: «No, esto se evoluciona«. En el medio, nosotros, los ciudadanos, que seguimos haciendo malabares para calcular cuántas medialunas menos pedir en el desayuno del hotel para poder pagar el extra del viaje.
¿Será que el impuesto al turismo ha encontrado el secreto de la vida eterna? Porque parece que ni la campaña ni la lógica pueden contra él. Mientras tanto, el verdadero turismo es el que hacemos los argentinos cada vez que viajamos mentalmente a un país donde las promesas se cumplen.