Una escena angustiante y de profunda gravedad se vivió en el barrio Pie de Palo, en el departamento de Caucete: tres niños pequeños fueron internados de urgencia tras intoxicarse con monóxido de carbono mientras dormían la siesta. Pero lo que en principio parecía un accidente doméstico, pronto dejó al descubierto una realidad mucho más alarmante: la absoluta negligencia —y posible conducta delictiva— del padre de los menores.
El hombre no solo expuso a sus hijos a un entorno peligroso, con un artefacto a gas en estado deplorable que provocó la fuga del gas letal, sino que luego, al llevarlos al Hospital César Aguilar, los abandonó en la guardia como quien deja un paquete incómodo y desapareció sin dar la cara, sin aportar un solo dato útil, sin mostrar el más mínimo interés por la salud de sus propios hijos.
La actitud del progenitor —quien fue hallado más tarde en su casa, tranquilo, como si nada hubiese pasado— generó repudio entre el personal médico y activó la intervención policial. ¿Qué clase de padre deja a tres criaturas intoxicadas en manos ajenas y se va, sin siquiera preguntar si van a sobrevivir? ¿Qué clase de hombre es capaz de semejante abandono emocional, humano y legal?
Fuentes médicas confirmaron que los niños llegaron al hospital con síntomas evidentes de intoxicación —mareos, vómitos, somnolencia— y que, de no haber recibido atención urgente, podrían haber muerto. Están estables, pero siguen en observación. La investigación preliminar apunta a una fuga por un calefactor defectuoso, en un ambiente cerrado, sin ventilación.
Este caso, más allá del hecho puntual, pone en evidencia un patrón de abandono y negligencia grave. La pasividad del adulto a cargo no es solo un error: es una forma de violencia. Un acto de desprecio hacia la vida de sus propios hijos. Y en un país donde la infancia suele quedar al margen de todo, esta vez no puede mirarse para otro lado. La Justicia y los organismos de protección deben actuar con firmeza. Alguien que abandona a sus hijos en el umbral de una sala de urgencias no merece llamarse padre.