Los celos en una relación pueden ser como el Wi-Fi: si son débiles, nadie los nota; si son fuertes, todo el mundo se vuelve loco.
Un poquito de celos puede ser hasta tierno. Esa mirada medio entrecerrada cuando tu pareja dice «qué simpático es mi nuevo compañero de trabajo» y vos, con sonrisa forzada, respondés: «Ah, sí, qué lindo… ¿y cuántos años tiene? ¿Está casado? ¿Tiene antecedentes penales?».
Pero el problema es cuando los celos pasan de «un poco de control» a «intervención del FBI». Ahí aparecen los detectives amateurs que revisan WhatsApp con más precisión que un contador en época de impuestos. ¿Que tu pareja dejó el celular boca abajo? ¡Sospechoso! ¿Que no te contestó en tres minutos? ¡Infidelidad confirmada! ¿Que dijo “buenos días” con demasiada alegría? ¡Seguramente alguien lo hizo feliz antes que vos!
Algunos dicen que los celos son señal de amor, pero si fuera por eso, el que más te ama no es tu pareja, sino Google Maps, que sabe dónde estás en todo momento y te sigue a todas partes.
Así que, en resumen: un poquito de celos le pone emoción a la relación; demasiado, y terminás armando un operativo de inteligencia por cada «me gusta» en Instagram. Y eso no ayuda al amor… solo a que los psicólogos sigan facturando.