Dicen que en Argentina la Justicia es ciega. Mentira. Es miope, bizca, hipermétrope y, sobre todo, cobarde. Pero de vez en cuando, como quien se tropieza con una dignidad olvidada en el placard, se anima a algo. Y esta vez, el escenario tiene nombre, apellido y prontuario: Cristina Fernández de Kirchner.
Sí, la señora que gobernó con carteras Vuitton y contratos direccionados, y que ahora se pasea por tribunales como quien va al spa. Pero atención: la Corte Suprema, esos señores de trajes negros y dictámenes eternos, parece que se despertó del coma inducido y quiere firmar una condena antes de las elecciones.
¡¿Qué pasó, muchachos?! ¿Se les venció el Lexotanil institucional?
En el caso Vialidad —donde Cristina ya fue condenada a 12 años por asociación ilícita— la novedad no es la sentencia. La novedad es que alguien quiera hacerla cumplir. Porque hasta ahora, en Argentina se condena como se canta el himno: con emoción, pero sin consecuencias.
El procurador Casal, ese monje budista del derecho penal, recomendó ratificar la condena. Y con eso la Corte se quedó sin excusas. Si lo hacen antes de las elecciones, Cristina queda afuera. Si no lo hacen, quedan como lo que vienen siendo: unos notarios del status quo, firmadores de impunidad con papel membretado.
Pero claro, esta es la Corte versión “mini combo judicial”: Lorenzetti, Maqueda y Rosenkrantz, tres tipos que tienen en sus manos la historia y el poder… y lo manejan como quien lleva una pila de platos de porcelana en moto.
Porque no nos engañemos: si la Corte falla, no será por principios, será por cálculo. Y si no falla, no será por dudas jurídicas, será por cagazo electoral. Así funciona el país: nadie quiere ser el que le saca la última ficha al kirchnerismo, no sea cosa que vuelva el peronismo zombie con 40 puntos y se los coma con papas.
Y Cristina, por supuesto, juega a lo suyo: victimización premium, narrativa de Netflix, y ese tono entre Juana de Arco y directora de colegio que te pone en penitencia a la democracia. Mientras tanto, su tropa agita las redes, los trolls afilan los hashtags, y los candidatos alternativos se ponen en modo backup, por si la reina cae.
Ahora bien: ¿qué pasa si la Corte firma la condena? Nada menos que un terremoto político. Cristina quedaría inhabilitada. Chau candidatura, chau rosca, chau operativo clamor. El kirchnerismo tendría que improvisar candidato, discurso y excusa. Y nosotros, los ciudadanos, quizás veríamos algo inédito: que alguien con poder no se va a su casa con un fallo a medias y una sonrisa de impunidad.
Aunque ojo, no cantemos victoria todavía. Esto es Argentina. Acá las causas se cocinan a fuego lento, como el puchero del domingo. Y cuando están listas… ya cambiamos de juez, de gobierno, de código penal y hasta de país.
Por eso, si la Corte quiere hacer historia, que se apure. Porque Cristina tiene la costumbre de reinventarse cada vez que la dan por muerta. Y si la dejan libre, no solo va a ser candidata: va a ser mártir, heroína y tía abuela de la patria todo al mismo tiempo.
La ley dice que nadie está por encima de la Justicia. Pero en este país, la Justicia suele estar debajo de todos… y sobre todo, de rodillas.
¿Querés que agregue alguna referencia literaria, más insultos sutiles, o una estocada final de esas que hacen sangrar al lector? También puedo prepararte una versión radial de esta columna para leer con voz grave y cara de indignación cívica.