San Juan amanece con una noticia digna de Hollywood (pero sin final feliz para los protagonistas). Denise Robles Bonade y su pareja, Rubén Martín González, fueron detenidos luego de estafar a media provincia con promesas inmobiliarias que resultaron más falsas que billete de tres pesos. Casi 40 denuncias después, la justicia finalmente les cortó la racha a estos dos expertos en el arte del engaño.
LA GRAN PROMESA DEL LADRI-INVERSIÓN
La técnica era de manual: te vendían el cuento del negocio del siglo, te pedían todo lo que tenías (dinero, autos, quizás hasta tu dignidad) y después, ¡puf! Desaparecían más rápido que político con denuncia de corrupción. Mientras los damnificados miraban su cuenta bancaria llorando, ellos vivían la vida loca.
Caso testigo: la familia Aubone. Se confiaron, pusieron 37 millones de pesos, entregaron un auto 0 km, dólares y más efectivo que una financiera en día de pago, todo a cambio de… un departamento que no existe ni en los planos. De intereses, ni hablar: si hubieran puesto la plata en una alcancía de cerámica tendrían más retorno.
Otro damnificado: una mujer que invirtió 19 mil dólares en un consorcio fantasma en Rivadavia. Pregunta del millón: ¿habrá entregado su dinero en efectivo o se lo depositó a un alias tipo “TeReCagueOK”?
EL TRUCO DEL CUADRO DE ÁNIMO
Cuando empezaron a saltar las denuncias, Robles Bonade pegó el volantazo y terminó en el Hospital Marcial Quiroga con un supuesto “trastorno de ánimo”. Una jugada más vista que “Casablanca” en el cable. Mientras tanto, sus padres –ambos abogados– trabajan a contrarreloj para armar una defensa que sea tan creativa como sus estafas.
AUDIENCIA DEL LUNES: ¿SE TERMINÓ LA JODA?
El lunes se viene la audiencia de formalización, donde quizás tengamos la respuesta definitiva: ¿será este el fin de la dinastía Robles Bonade en el arte del cuento del tío? Ojo, que si la cosa se alarga, capaz terminan organizando un nuevo negocio: “Inversiones Penitenciarias S.A.”, con celdas de lujo que nunca se entregarán.
Por ahora, los damnificados solo piden una cosa: justicia. Y, con suerte, que estos dos no vuelvan a pisar la calle hasta que aprendan la diferencia entre una inversión legítima y una estafa digna de guion de Netflix.