En su película Perros de la calle, Quentin Tarantino podría haber comenzado con un tiroteo, un robo o una persecución. Pero eligió algo mucho más controvertido: una discusión sobre propinas. Mr. Pink, el gánster más tacaño del grupo, se niega a dejar propina porque, en su lógica, “si la camarera solo hace su trabajo, ¿por qué pagarle un extra?”. Mr. White, más empático, le recuerda que muchas meseras las necesitan para complementar sus salarios. Mr. Blonde, pragmático, zanja el tema con un “es lo que se hace”. Y Joe, el jefe, corta el debate dejando él mismo el dinero. La escena es brillante porque revela la personalidad de cada protagonista, pero también porque captura la esencia de un ritual económico tan arraigado como ilógico.
¿Por qué premiamos con un pago adicional al mozo pero no al cajero del supermercado, o al profesor particular de economía de tu hijo? ¿Por qué en España te miran raro si dejás dinero en la mesa, pero en Nueva York casi que te persiguen si no dejás lo suficiente?
La propina es una de esas costumbres que interesan especialmente a los economistas porque desafía los principios más básicos de la teoría tradicional. A diferencia de una transacción convencional, donde el pago precede al servicio y su monto se negocia de antemano, la propina ocurre a posteriori. Además, suele ser voluntaria en teoría pero obligatoria en la práctica, y el monto a dejar sigue reglas no escritas que varían según culturas y contextos.
Michael Lynn, profesor de la Universidad de Cornell, fue uno de los primeros en estudiar sistemáticamente este fenómeno. Tras analizar cientos de interacciones en restaurantes estadounidenses, encontró algo desconcertante: no existe una correlación fuerte entre la calidad del servicio y el monto de la propina. Es decir, no siempre premiamos al mejor mozo, lo que sugiere que los clientes no ajustan las propinas en tiempo real según el servicio recibido, sino que operan en piloto automático.
Otro estudio de Ofer Azar, de la Universidad Ben-Gurion, exploró si dejar propinas “por adelantado” (como en hoteles o restaurantes frecuentados de manera repetitiva) mejoraba el servicio. Los resultados fueron decepcionantes: el efecto era marginal.
La conclusión más reveladora vino de un trabajo conjunto de Lynn y Michael McCall, que hallaron que las motivaciones sociales y emocionales pesan más que las económicas. En otras palabras, dejamos propina para no quedar mal (con el mozo, con nuestros acompañantes o incluso con nosotros mismos), y no tanto por una evaluación objetiva del servicio.
El lado oscuro de las propinas
A primera vista, las propinas parecen ser gestos de cordialidad sin consecuencias negativas. Pero Yoram Margalioth, economista de la Universidad de Tel Aviv, ha identificado al menos cuatro problemas estructurales con ellas. Primero, existen estudios que muestran que clientes tienden a dejar menos propina a mozos de minorías raciales, incluso con el mismo servicio, dando lugar a un mecanismo discriminatorio. Segundo, las propinas pueden transformarse en presión social; si alguien deja un 25% o 30%, establece un estándar que otros clientes pueden sentir obligados a seguir, incluso si no pueden permitírselo.
Tercero, al ser pagos en efectivo y discrecionales, las propinas rara vez se declaran, lo que genera pérdidas de recaudación tributaria. Finalmente, las propinas dejan a los trabajadores a merced de factores ajenos a su desempeño, como el flujo de clientes o la generosidad aleatoria, transformando parte de un ingreso potencialmente fijo como el salario, en uno variable y más riesgoso.
¿Qué pasaría si, en lugar de dejar la propina a la arbitrariedad del cliente, la incluimos en el precio? Danny Meyer, dueño de varios locales en Nueva York, hizo exactamente eso. En 2015 eliminó las propinas de sus restaurantes, incrementó los precios de sus platos en un 20%, y redistribuyó esos ingresos entre todo el personal, incluyendo cocineros que tradicionalmente no recibían propinas. El experimento funcionó al principio, pero colapsó durante la pandemia, cuando la caída en ventas hizo insostenible el modelo.
Si hay alguien que ha convertido las propinas en arte y neurastenia, es Larry David. En un episodio de Curb Your Enthusiasm, desayuna con Jason Alexander (el actor que interpretó a George en Seinfeld) y se enreda en una discusión absurda: “¿Cuánto es ‘lo normal’? ¿Y si dejo más que tú? ¿Y si quedo como tacaño?”.
Y justamente en Seinfeld, George Costanza (personaje basado en el propio Larry) vive una situación aún más patética: después de dejar propina en el tarro de un mostrador en una pizzería, se da cuenta de que el dueño no lo vio hacerlo e intenta recuperar su dinero… La escena es hilarante, pero no se pregunta por qué hay recipientes para propinas en negocios (y esto es cada vez más común) donde no hay servicio de mesa.
Las referencias no terminan ahí. En Comedians in Cars Getting Coffee, Larry le explica a Jerry Seinfeld en un café su teoría sobre la “propina justa”: no dejar poco para no parecer tacaño, no dejar demasiado para no ostentar. Y en otro episodio de Curb, Larry se enfrenta, exasperado, a una adición donde debe llenar un casillero para la propina de la camarera, y otro para el acomodador del restaurante.
Psicología de la propina
A un año de la muerte de Daniel Kahneman, vale recordar los aportes de la economía del comportamiento para entender este particular fenómeno. Richard Thaler, otro Nobel del campo, usa las propinas como ejemplo clásico de anomalía económica. Las dejamos aún cuando no hay posibilidad de reciprocidad futura, como cuando tomamos un taxi en una ciudad a la que nunca volveremos. Su explicación principal es la angustia que experimentamos al no cumplir con esta norma social, aunque no haya consecuencias prácticas.
Las propinas viven en un limbo entre lo voluntario y lo obligatorio; entre el regalo, el soborno y el pago justo por un servicio. Desafían la lógica económica estándar pero persisten, quizás porque tocan fibras más profundas como el deseo de aprobación social, el miedo al conflicto, o la necesidad de sentirnos más ecuánimes.
Esta ambigüedad nos confronta con preguntas fundamentales sobre la naturaleza del valor, la justicia y la reciprocidad en nuestras interacciones económicas cotidianas. Tal vez por eso mismo, la propina seguirá siendo tanto un quebradero de cabeza para la teoría económica como un espejo revelador de nuestros valores sociales más profundos.
La próxima vez que tengas que decidir cuánto dejar de propina, recordá que no estás solo. Estás participando en un complejo experimento social que involucra economía, psicología y, muy probablemente, un poco de culpa existencial.