Uno de los peores miedos de Donald Trump es proyectar la imagen de hombre débil. Rendirse, nunca; dar marcha atrás, jamás. Ceder es, en la mirada del mandatario norteamericano, para los presidentes frágiles, no para él.
Pero los mercados le enviaron ayer un mensaje crudo y terrorífico a la Casa Blanca, uno que el gobierno no esperaba, y Trump tuvo que hacer lo que hace apenas un día había prometido, con burlas y amenazas, que no haría: capitular.
Con el anuncio de su ofensiva arancelaria, Trump quiso inaugurar una nueva era norteamericana de coerción, autosuficiencia, menos deuda y poderío industrial. Sin embargo, el “día de la liberación” no fue seguido por el amanecer dorado prometido por Trump. En todo caso le sucedieron siete días de caos, internas oficiales, malos augurios económicos, rápida destrucción de riqueza, pánico de los mercados y presión desesperada de los aliados históricos de Estados Unidos.
Los aranceles recíprocos entraron en vigor en ese escenario y duraron apenas 14 o 15 horas hasta que llegó el posteo del presidente: todo al congelador por 90 días. O casi todo. La suspensión no es total; quedan en pie los aranceles básicos universales de 10% para todos, una noticia ambigua para la Argentina y sus vecinos regionales, que ganan estabilidad en sus mercados, pero pierden la ventaja relativa de haber recibido un menor nivel de tarifas que otros rincones del mundo.
La pausa parcial revirtió el humor de los mercados y los economistas, que pasaron del pánico a la euforia como se hace desde que Trump empezó con sus amenazas comerciales, a la velocidad de la luz, y atenuaron sus pronósticos de recesión e inflación.
La calma llegó, al menos por tres meses, pero la guerra comercial continúa. Los dos principales actores económicos del siglo XXI están embarcados en una ola de retaliaciones que el mundo pocas veces conoció. A la vez que suspendió las tarifas recíprocas, Trump impuso un aumento a los aranceles a China, que ahora serán de 125%. El planeta no podrá escapar a esa disrupción entre una China furiosa y un Estados Unidos cambiante.
Como era de esperar, la administración Trump presentó la suspensión como un triunfo más que como una rendición. Los siempre aduladores secretarios de Tesoro, Scott Bessent, y de Comercio, Howard Lutnick, advirtieron minutos después del posteo presidencial que la estrategia de la Casa Blanca “había sido planeada así desde un principio” y que, efectivamente, Trump había logrado emboscar a su gran rival, China, con su plan.
No contaban –deberían aunque pocas veces lo hagan- con lo que admitiría el propio presidente norteamericano momentos después. “La gente se estaba sobresaltando. Todos se estaban poniendo un poquito miedosos”, respondió Trump a la pregunta de por qué había pausado su ofensiva comercial.
En el reconocimiento de ese miedo, Trump desnudó las razones de su decisión y anticipó, tácitamente, las claves de cómo seguirá la guerra comercial.
1) ¿Por qué tomó Trump una decisión que había desmentido tan insistentemente en los últimos días?
Los “miedosos” a los que se refería Trump eran los mercados. En la última semana, la destrucción de riqueza en las bolsas norteamericanas alcanzó los seis billones de dólares (más de 10 veces el PBI argentino), según un informe de S&P Global. La administración Trump parecía hasta hoy inmune a esa erosión en las inversiones de los norteamericanos. Tanto que el lunes pasado desmintió un rumor que indicaba que suspendería las tarifas por 90 días para calmar a las bolsas. Esa aparente indiferencia se terminó hoy cuando un indicador se disparó y extendió el miedo a la propia Casa Blanca.
Los bonos del Tesoro norteamericano suelen ser un refugio ante las crisis financieras porque generan confianza y previsibilidad de pago. Cuando las bolsas se estremecen, los inversores suelen inclinarse por los bonos. Al crecer la demanda de los bonos, su retorno cae y, con él, el costo de endeudamiento del Estado norteamericano y las tasas de interés que pagan los norteamericanos por sus autos, sus casas, sus créditos estudiantiles. Apenas anunciada la ofensiva arancelaria, el retorno de los bonos del Tesoro a 10 años empezó a descender, una noticia que el equipo económico de Trump recibió con optimismo.
La deuda total norteamericana es de 36 billones de dólares, o el 130% del PBI, una cifra peligrosa para cualquier nación, incluso la más rica de la historia. El aumento del costo de esa deuda y de su refinanciación es una noticia que estremece a todo gobierno, en especial uno que hace una cruzada de la motosierra, como el de Trump. Hoy los retornos de los bonos del Tesoro a 10 año se dispararon porque los inversores empezaron a desprenderse de esos papeles en masa.
El mensaje de ese movimiento desconcertó a los mercados y golpeó a la Casa Blanca: la pérdida de confianza de los inversores anticipaba, sin ambigüedades, tasas más altas, inflación y una pesadilla económica. No hay relato que pueda adornar ese dato.
Los rumores durante el día apuntaron a China. Después de Japón, ese país es el segundo tenedor global de bonos del Tesoro por más de 750.000 millones de dólares, suficiente para crear el temblor de los retornos. China o no; rumor o no; la Casa Blanca lo sintió y Trump capituló.
“Observaba el mercado de bonos. El mercado de bonos es muy complicado. Lo observaba”, declaró el presidente en la Casa Blanca.
2) ¿Cómo sigue la crisis de mercados? ¿La guerra comercial terminó antes de empezar?
La reacción de los mercados al anuncio de Trump fue instantánea. El ascenso fue rápido y vertical, tanto que los índices de las bolsas norteamericanos registraron subidas récord. El S&P500 tuvo sus mayores ganancias diarias desde octubre de 2008, cuando los mercados se ilusionaron con que la intervención de los bancos centrales del mundo contendría la peor crisis financiera global en décadas.
Efectivamente en esas semanas de 2008, en una inusitada muestra de consenso entre las potencias, los bancos centrales decidieron recortar sus tasas. El pánico financiero retrocedió, pero la crisis no terminó; todo lo contrario, se convirtió en recesión global en 2009. Algo similar puede pasar con el anuncio de Trump de este miércoles: el temblor se detuvo temporariamente y el problema de fondo persiste. Tres claves explican por qué.
La suspensión de las tarifas para que Estados Unidos y los socios comerciales que no hayan contraatacado con aranceles negocien implica 90 días de menos sobresaltos. O no.
Con sus marchas y contramarchas, con sus amenazas y desmentidas, la palabra de Trump y de su administración se desgasta ante sus interlocutores. El presidente pierde seriedad y respeto ante el mundo. ¿Cómo confiar en sus compromisos? ¿Cuánto se puede sostener un acuerdo con un gobierno imprevisible y de acciones destructivas, aun cuando sea tan poderoso?
En su primera administración, Trump renegoció el Nafta con Canadá y México porque consideraba que ese acuerdo era perjudicial para Estados Unidos. El resultado fue el T-Mec, un pacto que ahora el presidente dice que también depreda la economía norteamericana. Él rechaza sus propios términos. Pocos países ignorarán ese antecedente a la hora de negociar los aranceles en los próximos 90 días.
La incertidumbre comercial y financiera global tiene otra fuente. La puja comercial con la mayoría de los socios entra en pausa, pero con China crece. Y esa no es solo una batalla, es una guerra comercial que excede a sus dos protagonistas.
Por un lado, los analistas advierten, desde el anuncio de Trump, que la suba del umbral de aranceles sobre los productos chinos compensa la suspensión de las tarifas sobre otros socios y no despeja el fantasma que más persigue a los norteamericanos ante la ofensiva oficial: el de a estanflación. Estados Unidos es la nación desarrollada que más creció en esta década y ayudó al resto del planeta a despegar tras la pandemia; si entra en recesión, el mundo sufrirá.
Por el otro, el intercambio comercial entre Estados Unidos y China alcanzó el año pasado casi los 600.000 millones de dólares, un 2% del comercio global. La proporción parece pequeña, pero no lo es; China es el principal socio comercial de casi 150 países y Estados Unidos le sigue en alcance. Si las dos potencias económicas del mundo se cierran al comercio entre ellas, las cadenas de suministros y producción y los mercados de todos los países también se verán afectados e involucrados.
Como si la erosión en la credibilidad norteamericana y el potencial bloqueo comercial entre China y Estados Unidos no fueran suficientes, la crisis de la ofensiva arancelaria desnuda una tensión que parece tener muy poco margen de retroceso. La poca confianza que una década de competencia estratégica dejó entre Pekín y Washington corre riesgo de desaparecer como los billones de dólares que se esfumaron en las bolsas la última semana.
China dejó esta semana su cautela inicial ante los aranceles de Trump y respondió con furia y desafío. El presidente norteamericano retrucó y la beligerancia comercial se desató. ¿Tiene regreso esa escalada o es el gradual camino a una guerra ya sin adjetivos que la contengan?