Aunque usted no lo crea, en la sesión de “Ficha Limpia”, dos senadores que muchos daban por mudos, embalsamados o simplemente en roaming eterno, abrieron la boca y dijeron cosas.
Sí. Cosas. Con verbos, sustantivos y hasta alguna coma oral.
La kirchnerista Celeste Giménez, que hasta ayer era considerada un mito urbano de la oposición, apareció en el recinto, pronunció una opinión como «La ley de ficha limpia es contra Cristina Kirchner, una vez más el peronismo es perseguido por las grandes corporaciones». Se retiró caminando, dejando una estela de incredulidad y olor a calentura barata. “Creíamos que era una columna de mármol con peluca”, dijo un empleado del Senado que lleva tres años trabajando sin saber cómo sonaba su voz.
Olivera, por su parte, superó todas las expectativas: no sólo habló, sino que pareció saber de qué se trataba el proyecto. Estirando el ojo al machete dijo «Esta ley es para que nunca más los corruptos ocupen cargos públicos en este país». La comunidad científica ya investiga si se trató de un fenómeno paranormal, posesión temporaria o simplemente un efecto secundario de la cafeína en el Senado de la Nación. “Le escuché decir ‘ética’ y ‘antecedentes penales’ en la misma oración. Vomité un poco de asombro”, confesó otro senador, mientras googleaba si debía aplaudir o llamar a un exorcista.
El Senado, visiblemente afectado por el evento, siguió la sesión entre aplausos confundidos, lágrimas de emoción y miedo a que ahora todos los senadores quieran hablar. La democracia no estaba preparada para esto.
Próximamente en Netflix:
“Voces en el silencio: el día que hablaron los que no hablan”
Protagonizan: Celeste Giménez, Bruno Olivera y un micrófono temblando.