¿El gobierno libertario es un «Régimen de Incentivos»? Tal vez, pero… ¿para el caos?
Hace 16 meses, el gobierno de Milei se lanzó a la piscina con dos promesas fulgurantes: reducir la inflación a base de un ajuste más brutal que una dieta keto y abrir las puertas a un boom de inversiones para que Argentina volviera a ser una potencia económica. Un par de detalles de esa «receta»: la inflación sigue siendo una pesadilla y las inversiones, por ahora, parecen haber aterrizado con el entusiasmo de un turista que acaba de perder su maleta.
La joya de la corona de Milei fue el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI), que prometía, entre otras maravillas, un paquete de beneficios fiscales, aduaneros y cambiarios por 30 años. El ministro de Economía, Luis Caputo, proclamó que en un par de años, Argentina recibiría unos US$ 50 mil millones. Lo que sucedió en realidad es que, hasta ahora, las inversiones alcanzaron apenas los US$ 13 mil millones. De esos, la mitad corresponde a YPF, porque claro, no hay mejor negocio en Argentina que seguir jugando con los pozos petroleros.
¿La causa del bajo entusiasmo inversor? El RIGI en sí no parece restrictivo, pero el clima político del país, con un gobierno libertario incapaz de generar confianza, probablemente está jugando un papel más importante. En vez de ser la tierra prometida de la inversión, parece más bien un campo de batalla, donde todo el mundo busca sobrevivir a los desajustes de la política interna.
Y ahí entra el tema de las instituciones, algo que, según los economistas Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson (Premio Nobel de Economía 2024), se relaciona directamente con el crecimiento económico. Pero en Argentina, las instituciones siguen siendo más un «adorno» que una estructura sólida. La administración de Milei parece empeñada en demostrar que las instituciones no son necesarias para «el cambio», y que la única forma de prosperar es tener a un líder fuerte, ¡y que viva el caos!
Mientras tanto, la «casta», esa misma a la que Milei acusa de haber hundido al país, sigue tomando decisiones para nada diferentes a las de otros gobiernos. El reciente fracaso en el Senado con la Ley de Ficha Limpia demuestra la incoherencia de un gobierno que dice querer limpiar la política, pero termina cavando zanjas políticas para que no se les escapen las alianzas con los mismos que ahora despotrican.
El problema, como siempre, no es sólo el qué, sino el cómo. Mientras Milei se pasea por el mundo como el líder con más poder que los demás, o se toma selfies con el Papa recién coronado (bajo el alias de León XIV, porque claro, el ego nunca tiene límites), el país sigue esperando que sus promesas de prosperidad económica y transparencia institucional se conviertan en algo más que un sueño de WhatsApp.