La crisis en el CIMYN no es apenas una mala noticia empresarial. Es, en términos políticos y sociales, una bomba de fragmentación que amenaza con dejar a más de un centenar de familias sin sustento, a decenas de pacientes sin atención médica, y al Colegio Médico de San Juan con una mochila que no podrá sacarse de encima: la de haber llevado al naufragio a una institución sanitaria clave por su propia impericia administrativa.
Lo dijo sin rodeos Alfredo Duarte, secretario general de ATSA: “Ha habido una pésima administración y quieren culpar a la Obra Social Provincia para tapar sus propios errores”. La frase, lanzada con tono firme en Radio Sarmiento, dejó al descubierto la guerra fría que venía gestándose desde hace tiempo entre el gremio y las autoridades del Colegio Médico.
Duarte no habló al voleo. Recordó, con precisión quirúrgica, cada una de las ayudas económicas que el CIMYN recibió del Estado nacional y provincial: los ATP, los programas de asistencia a empresas en crisis, los subsidios para sostener el empleo durante la pandemia. Todo lo que estaba al alcance del Estado se puso sobre la mesa. Pero nada alcanzó. No porque haya faltado dinero, sino porque sobró desidia.
Lo más grave no es que el CIMYN esté al borde del cierre. Lo más grave es que sus autoridades ni siquiera aparecen para dar explicaciones. Los trabajadores —enfermeros, administrativos, médicos— siguen sosteniendo la atención como pueden. Mientras tanto, los responsables de la institución “no se hacen presentes ni para explicar la situación”, según denunció el sindicato.
¿Dónde está el dinero?
La pregunta ya no es política. Es casi judicial. Si los fondos públicos llegaban en nombre de los trabajadores, con intervención de personería jurídica y acompañamiento gremial, ¿cómo se explica que hoy estén al borde del abismo? ¿Quién firmó, quién ejecutó, quién controló?
Las evasivas del Colegio Médico y su estrategia de victimizarse frente a la OSP no hacen más que aumentar la sospecha de que hay mucho más para ocultar que para declarar.
El Estado —como bien señaló Duarte— no puede salir al rescate de todas las instituciones que se autodestruyen por malas gestiones. Lo hizo una vez con el Hospital Español, y el costo fue alto. Repetir esa historia no parece viable ni sensato. Pero dejar caer al CIMYN tampoco es una opción.
Estamos ante un punto de quiebre.
O se salva la institución con transparencia, con intervención real de los organismos de control, y con el compromiso de quienes aún creen en el rol social de la medicina…
O se consuma un cierre que será recordado como uno de los fracasos más estrepitosos de la salud privada sanjuanina.
Y esta vez no podrán echarle la culpa a nadie más.