A veces uno escucha a Milei y no sabe si está presenciando una cadena nacional o un sketch de «Cha Cha Cha». “Francos distribuye el juego, y Caputo es el que controla todo”, tiró el León, como quien pide una pizza grande de muzarella. Todo perfecto: Francos sería algo así como el CEO de la empresa, y Caputo, el portero… que firma los cheques. Milei lo blanqueó como quien se tira un eructo en un casamiento: natural y escandaloso al mismo tiempo.
Fue un sincericidio en vivo en uno de esos programas amigos, donde preguntan menos que un loro dormido. Todo mientras Huerta de Soto, un economista español, se ponía místico y nos contaba que el Estado es “la encarnación del Diablo”. Medio exagerado, pero bueno: cuando tu ídolo es Milei, las expectativas de racionalidad ya vienen bajas. Si quiere reírse un rato, búsquelo en YouTube: es como ver un seminario de economía dictado por el Profesor Jirafales poseído.
Huerta no será ateo, pero entre tanto delirio, uno se pregunta si no anda militando en alguna secta que mezcla misa, mercado y mimos a Franco. Hasta se animó a opinar de la muerte de Bergoglio mientras citaba a Ratzinger. Nivel de tacto: bulldozer en librería.
Y mientras tanto, Milei, chocho, nos contaba que Caputo —ese asesor ninja que ni siquiera figura en planta permanente— es el que manda en serio. Un gesto de amor hacia Francos, que debe haber sentido que le regalaron un sobre vacío en su cumpleaños.
Caputo tampoco salió ganando: venía haciendo vida de espía soviético y ahora Milei lo prendió fuego en televisión. Dice lo que se le canta, sin filtro, sin control, sin nada. En inglés «candid» es ser sincero; en Argentina, «cándido» es ser un pelotudo. El que entendió, entendió.
Y ahí no termina: Kristalina Georgieva, que en el FMI finge más que actriz de telenovela venezolana, se metió en nuestra campaña electoral como si nada. Antes aplaudía a Massa; ahora aplaude a Milei. Si mañana gana Ivo Cutzarida, seguro lo invita a tomar el té. Cuando se dio cuenta que se había mandado flor de moco, trató de retroceder, pero ya estaba bailando la «Macarena» en chancletas.
El Fondo, mientras tanto, salvó a Milei de empotrarse contra la pared: la inflación venía como el Correcaminos y el plan devaluador era un coyote con la bomba al revés. Trump le tiró una soga (o un cable pelado, todavía no se sabe). Ahora Milei tiene que bajar la inflación al 1%, juntar 4000 palos verdes en reservas y hacer que los exportadores liquiden dólares… todo sin magia, sin truco y sin prestidigitadores. ¿Optimismo? Nivel “abrí una dietética en medio de un asado criollo”.
El acuerdo con el FMI parece un menú de parrilla: reforma jubilatoria, privatizaciones, cambio laboral. Sólo falta el flan de postre. El problema es que en política son más sectarios que un club de fans de Pimpinela: se pelean con todos los que podrían ayudarlos. Así les va: terceros en Santa Fe, y si siguen así, van a terminar haciendo shows en cumpleaños de quince.
Encima, se murió Bergoglio. Para el mundo era Francisco. Para nosotros era Bergoglio: peronista, sanlorencista, y más argento que el dulce de leche. Nunca quiso volver. Y la verdad, lo entiendo: volver a Argentina es como salir de la cárcel para meterse en una comisaría.
Bergoglio entendió que el catolicismo del siglo XXI no era más incienso y latín, sino estar con los pobres. Logró algunas reformas, le faltaron otras, y dejó el terreno medio embarrado. Pero dio pelea, aunque no siempre en la dirección correcta.
Ahora lo lloran todos: desde Biden hasta Milei, de Lula hasta los libertarios. Pasó de ser “el Papa zurdo” a “el Papa de todos”, como si fuera una birra fría en Navidad.
¿Es el argentino más importante de la historia? No sé. Borges, Milstein, y otros pesos pesados siguen ahí, brillando sin necesidad de cadena nacional. Eso sí: todos se murieron lejos. Claramente, el manual de instrucciones para sobrevivir a la argentinidad incluye un pasaje de ida.
Sería un milagro aprender algo de ellos. Pero tranquilos: si de algo estamos seguros, es que vamos a hacer todo lo posible para no aprender un carajo.