Además de tener 765 partidos oficiales acreditados en la máxima categoría del fútbol argentino, un récord que por estos tiempos parece inalcanzable pese a la mayor duración de las carreras, Hugo Orlando Gatti fue dueño de otras marcas -difíciles de medir con números- que lo volvieron un personaje único, irrepetible, uno que se salió de la matriz y no dejó posibilidades de réplica. Apenas hubo algunas copias, más o menos fieles.
Hugo (sus amigos nunca le decían Loco) sumó casi la mitad de sus presencias bajo el arco de Boca. Bajo el arco es una forma de decir que no se corresponde con su estilo ni con su filosofía. Él se definía como futbolista, un jugador más. Por eso de grande, ya retirado de la actividad profesional, participaba de los picados en Palermo como delantero, del medio para arriba, una aspiración que se animó a materializar en un par de amistosos con la camiseta azul y oro.
Gatti desembarcó en Buenos Aires para atajar en Atlanta. Un muchacho de Carlos Tejedor, con el pelo corto, las manos huesudas y grandes. Tal vez su natural timidez lo llevó a diseñar ese personaje que atravesó de manera ruidosa y casi completa tres décadas de nuestro fútbol que incluyeron el debut en 1962 como arquero del Bohemio, el salto a la fama en River, la consolidación en Gimnasia, un paso por Unión y el largo ciclo en Boca.
Para la tribuna xeneize fue ídolo antes de llegar. Desde joven declaró que era hincha de Boca y pronosticó que, tarde o temprano, terminaría en el club de sus amores. Lo concretó en 1976 de la mano de Juan Carlos Lorenzo y Alberto José Armando, el mejor técnico y el mejor dirigente de la historia según su análisis, siempre grandilocuente, a veces exagerado. “Soy el número uno del mundo”, solía repetir cuando se le pedía un ranking del puesto más ingrato.
A Gatti, quien solía enorgullecerse de su capacidad para anticipar las jugadas, se le debe reconocer que adelantó el futuro de los arqueros, sobre todo en la disposición para usar los pies y pegarle al balón con la precisión de un enganche. En épocas de hombres atornillados a la línea de cal, para él era una excursión habitual salir del área y habilitar a un compañero. Un golazo de Hugo Perotti a Estudiantes, en 1981, sirve como cabal ejemplo.
Aquel fue el año de su última consagración, con Diego Armando Maradona (a quien había tratado de “gordito”) y Miguel Ángel Brindisi como compañeros estelares. La mayor gloria había sido antes, entre 1976 y 1978, cuando formó una defensa inexpugnable con Vicente Pernía, Francisco Sá, Roberto Mouzo y Alberto Tarantini. En los ocho primeros encuentros de la Libertadores 77 no le convirtieron goles y en toda la Copa apenas recibió tres.
Si alguna deuda le quedó registrada tal vez fue con la Selección. Acudió como suplente al Mundial de Inglaterra y estaba para titular en el de nuestro país, luego de deslumbrar en una gira por Europa, cuando una lesión y algunas presiones en favor del Pato Fillol lo dejaron al margen del equipo que se consagró el 25 de junio de 1978. Se tomó revancha un mes después en Alemania, donde Boca levantó la primera de sus tres Intercontinentales.
En sus comienzos, cuando empezó a llamar la atención por el atuendo, las vinchas y por supuesto las atajadas, lo apodaron el Beatle. Talento y carisma le sobraban. Y la música de las ovaciones que le regalaba la gente aún resuena: el Loco es lo más grande del fútbol nacional…