En la Ciudad de Buenos Aires, algunos parecen haberse tomado muy en serio la idea de ir divididos como si fuera una competencia de «quién la tiene más grande», pero en vez de ser una contienda polÃtica, es una parodia de autopetardos. ¡Y qué mejor que darles una mano al peronismo para que, sin mover un dedo, se quede con el primer puesto! ¡Bravo! ¡Un aplauso para esta brillante táctica de fragmentación que les da la victoria servida en bandeja de plata!
Es como si estuviéramos jugando al «quién se equivoca primero», pero todos sabemos quién se lleva el premio: el peronismo, esa maquinaria eterna que sabe cómo aprovechar cada dividida y cada ego herido en la oposición. Nos lanzamos a competir entre nosotros, con más listas que un buffet libre, como si nos estuviéramos midiendo la cantidad de votos que podemos perder. Y claro, en el proceso, nos olvidamos de una cosa básica: no es una carrera de egos, ¡es una guerra de votos! Pero aquà parece que el único que lo tiene claro es el oficialismo, que está tomando café viendo cómo nos autodestruimos.
Pero, tranquilos, en el próximo capÃtulo vendrán las explicaciones: «¿Cómo perdimos, si tenÃamos todo tan bien armado?». ¡Ah, claro! La culpa será de la «gente que no entendió el mensaje», o de la «falta de recursos». Y, mientras tanto, el peronismo se toma unos mates, espera a que todo termine, y aplaude por dentro mientras se queda con la victoria fácil. ¡Eso sÃ, nos lleva la delantera sin ni siquiera ensuciarse las manos!