DILI.- Algunos arrojaban al suelo el “tais”, como llaman a la tradicional y colorida chalina local, símbolo de Timor Oriental, para que el papamóvil lo pisara. Otros, con rosario al cuello, remeras con su rostro y niños y bebes en brazo, se contentaban con verlo de lejos. Ya eso era una bendición, una buena señal. La mayoría lloraba de la emoción.
En su segunda y última jornada en Timor Oriental, pequeño y muy pobre país del sudeste asiático, el papa Francisco hizo historia este martes al presidir una misa al aire libre ante 600.000 personas -casi la mitad de la población de este país-, en la explanada de Taci Tolu, donde volvió a ser ovacionado.
Allí, en medio de un parque rodeado de áridas colinas muy cercanas a una playa de arena blanca, donde ya había celebrado misa Juan Pablo II en 1989 -cuando esta excolonia portuguesa aún estaba bajo el yugo de Indonesia-, impactaba ver la interminable alfombra de paraguas amarillos y blancos, los colores del Vaticano, bajo la que una multitud se protegía de un sol abrasador. Aunque todos habían caminado horas, incluso habían pasado la noche allí, a la intemperie, y soportado horas bajo una sensación térmica inaguantable debido a una humedad altísima, nadie se quejaba. Lo importante era estar y las sonrisas era en denominador común.
“Estamos felices, el Papa es el representante de Cristo y vino a Timor Oriental y es muy importante para nosotros, es una bendición para nuestro pueblo, para nuestra nación, para la paz y para nuestro desarrollo”, dijo a LA NACION Filomeno Cardoso, funcionario gubernamental vestido de traje tradicional que se encontraba junto a su esposa en la parte vip, sentado en una silla blanca y bajo un paraguas blanco y amarillo. La gran mayoría de fieles estaba hacinada en diversas zonas valladas, de pie, abanicándose. La hermana salesiana Luisa Fernández, maestra en una escuela primaria, que se acordaba haber estado en ese mismo lugar cuando vino Juan Pablo II en 1989 y celebró misa ante 100.000 personas. “Tenía 13 años, recuerdo haber venido con mi parroquia y esto es mucho más grande”, destacó. “Pero también es muy distinto el momento: en esa época todavía estábamos bajo ocupación de Indonesia, había tensión y la gente tenía miedo”, apuntó, al destacar la independencia lograda en 2002.
Cuando el Papa llegó a la explanada, la multitud estalló en júbilo. “¡Viva el Santo Padre Francisco! ¡Viva! ¡Viva!”, comenzó a corear, mientras la marea humana agitaba banderitas del Vaticano y de Timor, negras y rojas. Lo primero que hizo al Papa -que fue agasajado indígenas en trajes tradicionales que le tocaron y danzaron-, fue saludar a un grupo de enfermos, a quienes acarició, besó y abrazó.
En una misa en portugués -idioma que en verdad pocos conocen-, durante el sermón, pese a las 600.000 personas presentes, reinaba un silencio sobrecogedor. Muchos estaban con los ojos cerrados, concentrados, abanicándose. “Pidamos juntos, en esta Eucaristía, como hombres y mujeres, como Iglesia y como sociedad, saber reflejar en el mundo la luz potente y tierna del amor, de ese Dios que, como rezamos en el salmo responsorial, levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de su miseria, para hacerlo sentar entre los nobles”, exhortó.
En una capital revolucionada por una visita de menos de 48 horas para a que el gobierno gastó 12 millones de dólares -algo que creó críticas y polémicas-, también hubo multitudes en las calles cada vez que el Papa se desplazó.
Tal como previa la agenda, comenzó la jornada visitando un hogar de monjas que atienden a chicos con discapacidades físicas y mentales. “Ellos nos enseñan a nosotros cómo debemos dejarnos cuidar por Dios y no por tantas ideas, o planes o caprichos. Ellos son nuestros maestros”, dijo, tomándole la mano a un niño llamado Silvano, postrado en una silla de ruedas, al que pidió que le acercaran y al que le tomó la mano. En un encuentro muy emotivo, acarició y jugó con varios otros chicos con inmensa ternura y provocando gritos de júbilo antes quienes seguían la visita en pantallas gigantes.
También acarició y besó enfermos, algunos en camillas, que lo esperaron a la salida de la catedral de la Inmaculada Concepción, donde tuvo un encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, monjas, seminaristas y catequistas. Allí luego de otro baño de multitud al llegar a este templo rodeado de miles de personas que lo esperaban para verlo, agradeció el trabajo de los religiosos de Timor Oriental, un país “en los confines del mundo”. “Si la Iglesia está en el centro y no en los confines, es una Iglesia enferma”, advirtió. “Ustedes son el perfume del Evangelio”, dijo también, al llamarlos a servir a los pobres. “El ejemplo debe ser el cura pobre. Amen a la pobreza como a su esposa”, les recomendó.
La mejor parte del día, de todos modos, llegó al atardecer, cuando ya era menos bochornoso el clima, cuando el Papa tras finalizar la misa, se despidió del mar de gente dando varias vueltas en la inmensa explanada en papamóvil. “¡Viva il Papa Francesco! Viva il Papa Francesco!”.
Antes, al improvisar unas palabras, volvió a elogiar al pueblo timorense. “Estuve pensando mucho qué es lo mejor que tiene Timor, el sándalo o la pesca… No, no es lo mejor. Lo mejor es su pueblo”, dijo, desatando gritos de aprobación entre la masa. “No puedo olvidar ese pueblo al costado del camino, con los niños, ¡cuántos chicos tiene este pueblo!”, agregó, aún incrédulo del fervor visto en estos días. “Lo mejor que tiene este pueblo es la sonrisa de los niños. Un pueblo que enseña a sonreír a sus niños es un pueblo con futuro”, agregó, evidentemente encantado.
“Pero estén atentos, porque me dijeron que en algunas playas vienen los cocodrilos. Los cocodrilos que vienen nadando y tienen la mordida más fuerte de lo que manejamos”, advirtió, hablando en español y descolocando con esas palabras al sacerdote que estaba haciendo de intérprete. Aludió así, se cree, a las fuerzas europeas colonialistas e imperialistas que marcaron la historia de esta parte del mundo y a la colonización ideológica que suele denunciar. Aunque también, a la corrupción reinante en estas latitudes, vinculada también a la explotación de los recursos por parte de las multinacionales.
“Estén atentos… estén atentos a esos cocodrilos que quieren cambiarles la cultura, la historia. Y no se acerquen a esos cocodrilos porque muerden, y muerden mucho”, aconsejó, desatando más aplausos. “Les deseo la paz. Les deseo que sigan teniendo muchos niños, que la sonrisa de este pueblo siga siendo los niños”, añadió Francisco, que concluyó invitando a cuidar a los niños, pero también a los ancianos, “que son la memoria de esta tierra” y a alentar a todos a seguir adelante con esperanza.