El oficialismo salió de las urnas con el pecho inflado, pero en el Congreso se mueve con la destreza de un elefante en una cristalería. Esta semana quedó claro que, o afinan la puntería, o van a seguir entregando el país en cómodas cuotas al peronismo. La política no es para amateurs: si no sabés negociar, terminás de rodillas ante el mismo verdugo que prometiste exterminar, y en eso el pj es el mas habil del mundo.
Se sentían los dueños del circo, pero tuvieron que mandar la reforma laboral a dormir el sueño de los justos hasta febrero porque no saben contar hasta 37 en el Senado. Es un suicidio asistido: sin esa ley, las inversiones son una alucinación y el sindicalismo —esos expertos en el arte de la extorsión con olor a choripán— recuperó la iniciativa política solo porque el gobierno les dejó el arco libre.
La jugada de meter el ajuste universitario y la emergencia en discapacidad en el presupuesto fue una oda a la estupidez. Lograron que les aprueben el título del libro, pero les arrancaron las hojas del medio en la cara. Las obsesiones legislativas son como las ex tóxicas: si ya te dijeron que no una vez, volver a insistir por el mismo lado solo te deja como un ridículo y pone el presupuesto en coma cuatro.
Ganar una elección no te quita lo torpe. Este gobierno tiene el fetiche masoquista de tirarse de cabeza a los brazos del peronismo, el único bicho que te muerde mientras te sonríe porque entiende lo que es el poder. Lo de los auditores fue el «premio Darwin» de la semana: arreglaron con los K un tema que ni estaba en agenda y les regalaron la mayoría en la Auditoría. Una traición de manual al PRO y a los radicales, que se fueron del recinto mientras el oficialismo rifaba la República por una Coca sin gas con el enemigo.
Dicen los analistas políticos que seguir dándole cargos al peronismo es, básicamente, una burrada nivel experto. En lugar de reducirlos a un decorado marginal —donde debería estar una fuerza con una líder coleccionando condenas—, los sientan en la mesa principal. El país necesita reactivarse, pero mientras el gobierno juega al «amigo invisible» con el PJ, la clase media sigue haciendo malabares para no caerse del mapa.
El peronismo es como un tiburón: te pide que nades con él para terminar desayunándote. Pero tienen tantos infiltrados con el ADN de la justicia social en el gabinete que prefieren traicionar a los aliados antes que dejar de transar con el PJ. Lo de Martín Menem es casi tierno; el peronismo lo envuelve como a un caramelo. Por ese camino, el capital político se les va a escurrir más rápido que el sueldo en el supermercado.
En siete días de mala praxis pura, el Congreso fue el escenario de un milagro: el gobierno le dio respirador artificial al peor sindicalismo y al peronismo. Deberían mirarse al espejo y recordar el desastre que dejó el PJ de la mano de Alberto Fernandez, Cristina Kirchner y Sergio Massa, antes de invitarlos a otra ronda. Se gobierna con los que quieren un país serio, no dándole la llave de la caja a los que ya te picaron mil veces como el escorpión.

