En algún rincón del caos político, primero aparece la Patria, luego el movimiento, y al final los humanos, esos maestros en empujarse como si estuvieran en una carrera de sillas de oficina. En 2025, el partido parece más un circo ambulante: los líderes se escabullen como medias perdidas y los seguidores se mueven con codazos que parecen coreografía de ballet… pero con más drama. Esto sucede tanto en la capital como en lugares donde hasta los mapas parecen confundidos.
El Día de la Lealtad llega y el partido se muestra como un grupo de gatos frente a un pepino: entre intrigado, sorprendido y listo para saltar al primer escenario disponible. El 26 de octubre promete ser apenas un momento para acomodar estantes de egos, que hoy se parecen más a un castillo de cartas hecho por pulpos con resaca.
El 2025 se siente como una especie de ensayo general para el gran espectáculo del 2027. Por primera vez en años, la conducción parece un comité horizontal, sin grandes estrellas visibles, como si los superhéroes hubieran olvidado sus capas y decidieran ensayar sin efectos especiales.
Mientras tanto, el “presidente” del partido se mueve con la paciencia de un sacerdote retirado, y la cocina de candidatos parece un despacho donde todo se mezcla con ambiciones y pequeñas conspiraciones que nadie quiere nombrar. Algunos retiraron a sus seguidores en gesto de protesta, pero luego terminaron apareciendo en los actos, porque… bueno, las reglas del juego son flexibles y los codazos casi artísticos.
La cabeza de lista parece haber sido elegida por habilidad para moverse entre fichas y estrategias como quien juega ajedrez con cubos de Rubik en llamas. Si las cosas van bien, podría acercarse a la futura candidatura de 2027; si van más o menos, será como recibir un helado derretido justo antes del gran brindis; y si todo se complica… bueno, los espectadores ya se preparan para la función más entretenida.
Los veteranos que todavía mueven hilos desde las sombras observan con interés cualquier tropiezo, listos para convertirlo en historia de suspenso político. Aunque la conducción haya cambiado, la tensión entre los más experimentados sigue dibujando escenas de maullidos estratégicos, zarpazos de ego y pequeñas disputas por el sillón más cómodo.
Los emergentes, con ojos grandes y nervios que parecen gelatina, miran cómo cada punto en el mapa se vuelve valioso, como descubrir que la pizza tiene extra queso sin pagar más. Cada territorio defendido y cada avance logrado se siente como un pequeño tesoro escondido en un castillo inflable de ambiciones políticas.
A nivel nacional, algunos veteranos parecen mover hilos desde castillos de almohadas, mientras quienes buscan votos se acercan como héroes de videojuego: con capa, bastón y gestos dramáticos. Todo esto se percibe como un ensayo general antes del 26 de octubre, mientras el Día de la Lealtad se vive como un circo donde los payasos quizás tengan licencia política.
Y para cerrar: los integrantes de este peronismo podrían compararse con gatos ninja con resaca: cuando parecen pelear, probablemente estén tramando algo extraño, divertido y perfectamente absurdo… y quizás derramando cargos a futuro sin querer queriendo.

