POR SERGIO M. EIBEN-DIRECTOR diarioplural.com.ar
Respirá, llená los pulmones como si quisieras limpiar el aire de una Argentina que trata la salud mental como si fuera un capricho o una excusa de débiles. Te sentís mejor, pero, no alcanza.
Vivimos en una sociedad que le tiene miedo a la locura, pero no al sufrimiento. Donde es más fácil ridiculizar al que está mal que ofrecerle ayuda. Donde decir “anda al psicólogo o necesitas ayuda profesional de un psiquiatra” es casi un insulto, pero andar a los gritos por la calle porque te subieron el dólar es parte del folclore nacional.
Hay una corriente, todavía viva, que niega la enfermedad mental. La ve como una invención para domesticar comportamientos incómodos. Como si el dolor psíquico fuera un invento de laboratorio. El gurú de esa escuela Michel Foucault y algún que otro iluminado de sobremesa universitaria— creían que tratar a alguien era reprimirlo. Que medicar era un acto de apriete y de opresión. Y que internar y tratar, aunque esa persona estuviera disociada de la realidad y en peligro, era fascismo clínico.
Hermosa teoría para una tesis. Pésima para el mundo real. Si nos guiáramos por esas ideas, habríamos convertido a los hospitales psiquiátricos en museos y a los excelentes profesionales de la salud mental en curanderos disfrazados de burócratas. Mientras tanto, los que necesitaban ayuda se diluían en sus propias penas.
¿Cuántos desastres históricos podrían haberse evitado si en vez de mirar para otro lado, se intervenía a tiempo? ¿Cuántas infancias salvadas, cuántas vidas sin necesidad de autodestrucción. . O si cierto cabo austríaco en los inicios del siglo 20 manejado la frustración de que a sus maestros no les gustaran sus pinturas, y destara la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Pero no. Se dejó crecer el mito del genio incomprendido, del torturado brillante, como si el padecimiento fuera mérito.
Lo cierto es que el sufrimiento emocional no siempre es visible. A veces no hay voces que te hablen, ni alucinaciones de gente que no existe. A veces es un silencio aplastante, una tristeza crónica, una rabia sin rumbo. Y todo eso también mata.
Por eso la salud mental empieza en la infancia, en ese momento en que un adulto puede enseñar que sentir está bien, pero actuar desde la emoción sin límites no. Enseñar que la frustración no es veneno, sino parte del menú. Pero claro, eso exige tiempo, presencia y empatía. Justo tres cosas que este sistema, orientado a la productividad vacía ni quiere ofrecer.
Y mientras tanto, ¿qué hace el Estado argentino? El mismo que puede aniquilar leyes de un plumazo, eliminar trámites, dinamitar instituciones enteras… mantiene intacta una ley absurda, la de Salud Mental inexistente. Una norma tan absurda como peligrosa, que convirtió al abandono en política de Estado. Y lo más curioso: ni siquiera lo hacen por convicción, lo hacen por desinterés.
El Congreso no actúa. El Ejecutivo mira para otro lado. Y el Poder Judicial, con sus jueces y fiscales, dejó pasar más de una década sin decir que esta ley vulnera el derecho básico a ser atendido. Que deja a las personas libradas a su suerte. Que transforma a las familias en rehenes de una ideología que te hace ver la locura como algo romántico
La salúd mental, no es rebeldía, no es poesía: es dolor. Y duele EN SERIO.
Te cruzaste de frente con alguien que necesitaba ayuda urgente y no la encontró. Yo sí, hasta me senté en el Café Tres Cumbres a tomar un cortado con él. El día siguiente solo le devuelve una batalla diaria que ya no la soporta. Me pregunto, ¿Y si estamos destruidos y rotos por dentro y no nos damos cuanta?, ¿Quien nos ayudará?.