Hasta los primeros años de la década de 1990 bañarse en las playas de Montevideo era una aventura más que arriesgada. La razón, muy simple: los desagües de las casas y edificios iban directamente del sistema de alcantarillado a las aguas costeras, provocando una contaminación fecal muy alta ahí mismo en la orilla. Tras años de discusión y con el respaldo financiero del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en 1986 se inició la construcción del caño colector, un emisario que llevaría las aguas servidas 2335 metros mar adentro desde Punta Brava en Punta Carretas, al lado del faro. La faraónica y millonaria obra se terminó a mediados de 1991 y provocó un vuelco radical en la calidad de las aguas capitalinas.
Ya pasaron 34 años y las alarmas están encendidas porque se acerca el fin de la vida útil de ese caño metálico de 1,76 metros de diámetro interno que, se supone, debería asegurar que los montevideanos entren con cierta tranquilidad al agua de las playas. El caño que debería garantizar que nadie se va a enfermar tras darse un baño reparador en la costa capitalina.
El caño tiene fisuras mar adentro, eso se sabe desde hace más de 20 años, aunque la intendencia de Montevideo afirma que no incide en la contaminación del agua de las playas. Pero el tema sí es parte central del debate que se planteó hace algunas semanas y que incluso llegó a una sesión de la junta departamental, después que una nota del periodista Leonardo Haberkorn en El Observador informara que en la temporada pasada las playas de Pocitos, Buceo y Santa Catalina superaron en varias ocasiones el máximo recomendable de enterococos, un género de bacterias que son un indicador de contaminación recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que desde hace más de 15 años las autoridades locales medían —las únicas del país que lo hacen—, pero no publicaban en su web.
Si se miran los datos de los coliformes, el indicador tradicional y el que debe tomarse según la legislación nacional de 1979, que no fue aggiornada, el año pasado los números fueron similares en varias playas. En la temporada 2023-2024 la calidad de algunas de las playas habilitadas “se vio afectada por el incremento de lluvias” y las más complicadas fueron las “que se encuentran cercanas a fuentes de contaminación puntual, como las cañadas, los aliviaderos del sistema de saneamiento y el arroyo Carrasco”, según dice el informe anual del Departamento de Desarrollo Ambiental de la intendencia de Montevideo.
El verano pasado las playas Ramírez, Pocitos, Buceo, Malvín y Carrasco (todas habilitadas) superaron en algunas ocasiones el límite recomendado de 1000 unidades formadoras de colonias (ufc) de coliformes fecales por cada 100 mililitros de agua (si se baja a 500 ufc, un límite más exigente, son más playas). Pocitos lidera la lista.
Pero desde la intendencia de Montevideo dicen que, salvo Miramar, puerto del Buceo y playa del Gas, todas las demás están habilitadas para baño salvo en las 24 horas posteriores a las lluvias. Eso porque las aguas servidas y las de lluvia corren por el mismo sistema de alcantarillado: cuando llueve mucho y se excede la capacidad del colector, parte del agua, en vez de ir a los emisarios submarinos, fluye hacia diferentes “aliviaderos” o vertederos en la costa.
Ahora bien, ¿es seguro entonces bañarse en las playas montevideanas? ¿Qué tratamiento se le da a las aguas que se descargan al Río de la Plata? ¿Cómo se explica que los valores de las muestras tomadas por los técnicos de Montevideo a veces den más alto de lo permitido? ¿Cuán seguido sucede eso?
El destino quiso que el director de la obra, allá en 1986, fuera un joven ingeniero civil llamado Carlos Colacce, quien muchos años después se convertiría en presidente de OSE y luego en ministro de Vivienda en los gobiernos del Frente Amplio. “Es la prehistoria, yo tenía 26 años cuando empecé ahí; era un gurí”, dice hoy Colacce, quien como parte del Plan de Saneamiento Urbano I (ahora van por el sexto) dirigió junto a los técnicos de la empresa constructora alemana Hochtief la obra que logró descontaminar las playas al este de Punta Carretas.
Para el resto de la costa habría que esperar unos cuantos años más: recién en 2019 se inauguró la planta de tratamiento y el emisario subfluvial de Punta Yeguas, que permite la disposición adecuada de las aguas servidas de buena parte del oeste de Montevideo (hoy el 92% de la población capitalina tiene cobertura de saneamiento).
El colector de Punta Carretas fue, según recuerda Colacce, una obra que incluyó “imprevistos, discusiones y arbitrajes” y le costó a la intendencia de Montevideo cerca de 18 millones de dólares de la época. Pero a la empresa alemana —“unos capos”, según el exdirector— le terminó saliendo entre 10 y 15 millones más de lo previsto.
“Fueron a pérdida”, dice. “Ellos perdieron mucho dinero. Presupuestaron mal la obra, como si fuera en un río, pero el Río de la Plata lo único que tiene de río es el nombre. Tuvieron que traer equipamiento fluvial que no estaba previsto. Solo el flete de la isla flotante, que se apoyaba en el fondo del río, les costó un millón y medio de dólares”, cuenta.
La obra implicó literalmente hacer un gran agujero en medio de la rambla de Pocitos para instalar el caño que llega hasta el faro. Ese caño es metálico, pero en los primeros 800 metros, desde la estación de bombeo ubicada en Punta Brava y ya dentro del río, está recubierto por hormigón armado: va en una zanja submarina en la roca. Después, la tubería de acero está apoyada sobre pilotes en el lodo, con columnas cada 50 metros, hasta su final con varias salidas al mar.
Es una tecnología que ya no se usa, pero sigue funcionando. El otro emisario montevideano, el de Punta Yeguas en el oeste, es de materiales plásticos con amarres de hormigón que lo anclan para que no flote y a la vez es más flexible, menos susceptible a los quiebres. Lo mismo sucede con el emisario de Ciudad de la Costa y con el de Punta del Este, todos de los últimos años.
Hoy el viejo colector de Punta Carretas tiene tres filtraciones, alejadas de la costa y bajo el lodo, dicen las autoridades de Montevideo. Se trata de separaciones en juntas entre los tubos de 50 metros, que están desfasadas.
En 2002 venció el seguro contratado para la cobertura del emisor subacuático por unos 25 millones de dólares. Un informe realizado en 2006 por la misma empresa constructora señala que entonces había 12 juntas con “defectos”. Las filtraciones en sí no preocupan a las actuales autoridades, quienes indican que el reciente episodio en La Estacada al lado del faro de Punta Carretas —donde en setiembre se intoxicaron nadadores en una competencia sudamericana de aguas abiertas— fue porque allí los baños no están permitidos dado que a veces se hacen descargas desde la estación de bombeo.
La directora de Saneamiento de la intendencia de Montevideo, María Mena, dice a El País que diferentes estudios de seguimiento (el último es de 2022) indican que el caño “está estable” en cuanto a su estructura y que no hay contaminación producida por defectos del emisario submarino. “Yo siempre digo que es muy bueno, nos compramos un Rolls-Royce, pero también es una obra muy compleja”, asegura.
Los estudios sobre su situación actual son complicados, claro, porque el caño está bajo tierra y encima el agua turbia del Río de la Plata dificulta la visión. Pero la vida útil —todas las obras civiles la tienen— sí preocupa y ya hay planes. “En Uruguay se usa estirar la vida útil al máximo, todo dura más”, se ríe Mena en una oficina en el tercer piso del Palacio Municipal. A su lado, el director de Desarrollo Ambiental, Guillermo Moncecchi, aclara que la fecha de validez de la obra termina sobre 2030.
Mena dice que “25 o 30 años es la vida útil en general de cualquier infraestructura”. En 2030 se llegará casi a los 40 años. “Lo que quiere decir es ‘ojo que estás en el borde’”, se apresura a aclarar Moncecchi. “Hay que hacer un seguimiento cercano y diseñar planes”, agrega Mena.
En el fondo, esto es como con los caños de una vivienda: en un momento se rompen y los dueños de casa deben decidir si los reparan o si reemplazan toda la cañería. En eso están en la intendencia de Montevideo. Por estos días se encuentra en la fase final una consultoría con el ingeniero argentino Rodolfo Aradas, especializado en obras de infraestructura civil e hidráulica, que va a indicar las alternativas a seguir.
Colacce, el director de la obra original, dice que en este caso concreto lo vital no son las fisuras ya conocidas sino la eventual “corrosión” de la tubería metálica en el ambiente marino, aunque hasta la fecha no hay evidencia de que haya agujeros. “Quizás se constata que la obra está en buen estado y sigue de largo”, especula. “Pero es una obra que no ves, que está cuatro metros por debajo del fondo del lodo, no es nada fácil de inspeccionar”, agrega.
«Estamos evaluando en hacer uno nuevo. Estamos cerrando las opciones y hay estudios encaminados, en función de los relevamientos», dice Mena en referencia a uno de la Facultad de Ingeniería de 2007 y otros más actuales. “Se puede reparar, pero hay que evaluar costo-beneficio y los riesgos. Capaz te sale 10 millones arreglar, pero te sale 30 hacer uno nuevo que te dura 30 años más. Es como cuando un auto te está quedando viejo”, dice.
El plan indica que hay que tomar una decisión antes de 2028: si se hace un emisario nuevo, si se deciden reparaciones o si se deja todo así como está sin tocar nada y se evalúa más adelante.
La entrevista de Moncecchi y Mena con El País se concreta días después de que asistieron a la junta departamental donde el director de Desarrollo Ambiental dijo a los ediles que la correlación en las medidas entre los informes de enterococos y de coliformes fecales “es mayor al 80%” y que, si bien la OMS sugiere hoy que el primero es un mejor indicador, “tampoco es que haya una diferencia enorme y lo que se está midiendo sea un desastre”. En charla con El País, Moncecchi asegura: “Si pasás de coliformes a enterococos no es que algo habilitado quede inhabilitado”.
Sobre la mesa están los números informados por la intendecia de Montevideo a El Observador que indicaban que en el verano de 2023-2024 varias playas pasaron un límite considerado no apto de 200 unidades formadoras de colonias de enterococos cada 100 mililitros. Pocitos tuvo el 42% de los promedios geométricos por sobre las 200 ufc/100ml, Santa Catalina 33% y Buceo y Miramar 26%, entre otros.
¿Y los coliformes? Hay que aclarar lo siguiente: la normativa sobre calidad de aguas, de 1979, estableció que las aguas “destinadas a recreación por contacto directo con el cuerpo humano” son consideradas de clase 2b que en lo referido a coliformes fecales dice que ninguna muestra debe exceder las 1000 ufc/100ml y que la media geométrica de cinco muestras consecutivas (esto es, la multiplicación de los valores y la raíz cuadrada de eso) debe estar por debajo de 500 ufc/100ml.
Pero en 2005, tras una resolución de la entonces Dirección Nacional de Medio Ambiente del Ministerio de Vivienda, todas las intendencias empezaron a tomar para medir el agua de las playas la categoría 3, que se supone son las “aguas destinadas a la conservación de peces en general y otros integrantes de la flora y fauna hídrica”. Y el límite máximo pasó a ser el doble: se autorizó que cada muestra individual pueda llegar a 2000 ufc/100ml y que la media geométrica de cinco muestras alcance las 1000 ufc/100ml.
En el último informe semanal de este verano todas las playas montevideanas, incluso las inhabilitadas, están debajo de las 500 ufc/100 ml, o sea cumplen lo exigido en la clase 2b y la 3.
No ocurre lo mismo en la temporada 2023-2024. En el informe anual se indica que ninguna playa habilitada, en los valores promedio de coliformes de la temporada, excedió las 1000 ni las 500 ufc/100 ml (las más cercanas fueron Carrasco con 403 y Pocitos con 392). Pero otro panorama aparece si se miran los valores de todas las muestras durante la temporada: Pocitos superó en el 56% el valor de 500 ufc/100 ml, Miramar en el 54%, Puerto del Buceo 50%, Buceo 32%, Malvín 31% y Cerro 31%, entre las más altas. Los valores de las excedencias son más bajos si se toma el límite de 1000 ufc/100 ml: Miramar 21%, Puerto del Buceo 17% y Pocitos 16%.
Los dos jerarcas de la IMM intentan sacar todo dramatismo a esos porcentajes, que a priori lucen altos.
Dice Moncecchi: “Cuando decimos 56%, estamos diciendo siete días en todo el verano que dio alto”. ¿Cómo lo justifica? Dice que muchas veces una muestra de un total de cinco seguidas da alto y afecta el promedio: “Generalmente son picos. Vos tomás cinco medidas y hay una sola que te dio muy alta, eso te va a impactar el promedio y en los cuatro siguientes. Pero no se da que se repita en varias muestras”.
Tras la sesión de la junta, el edil blanco Javier Barrios Bove tuiteó que se confirmó que en 2023-2024 hubo playas “con altos niveles de contaminación”. Moncecchi niega terminante y dice que es un “disparate”. Luego fundamenta: “No hay alarma pública, no está todo lleno de caca. La calidad de las playas de Montevideo es buena y cumple con claridad con la normativa nacional. Y hay una evaluación permanente”.
¿Entonces por qué a veces está contaminada el agua de la playa?
La contaminación está generalmente asociada a los vertimientos en tiempos de lluvia, los llamados “aliviaderos”, dice Mena, la directora de Saneamiento. “Hay puntos con muy buena dispersión y puede llegar menos cantidad de líquidos mezclados al agua” pero otros no.
En algunos casos los coliformes pueden demorar en diluirse, eso es especialmente problemático en Pocitos. “Es como una bahía, una playa más cerrada”, dice Moncecchi, pero además ahí hay un vertedero pegado, en Kibón. También depende de los vientos que esas aguas servidas vayan a parar a la playa o hacia el otro lado. Y además influye la salinidad: si hay más agua salada, es más rápido el decaimiento de los coliformes.
Para el biólogo marino Javier García Alonso, profesor adjunto de la Universidad de la República, lo que falla es el tratamiento de lo que se descarga al mar en Montevideo. “Es un simple tratamiento primario con una pileta de decantación donde remueven lo que está flotando; para algunos es solo un pretratamiento”, dice el científico a El País, quien admite que un tratamiento adecuado de las aguas servidas que luego van al caño colector implicaría una “inversión millonaria”. Se trataría de un tratamiento terciario, con reactores por ejemplo. “Si las aguas están bien tratadas, el riesgo para la salud siempre es menor”, especula.
Con esta situación, a corto plazo la intendencia de Montevideo trabaja en evaluar si se debe “protocolizar” cuándo poner en las playas la bandera sanitaria en caso de que más de un día las muestras den altas en los niveles de contaminación. Pero también piensan en mejorar la comunicación, por ejemplo asociar los valores de coliformes de las muestras al reporte de playas y banderas que está en la web y en la app de la intendencia.
Hoy la IMM realiza informes semanales de la calidad de las playas en temporada, que están publicados, pero la mayoría de los veraneantes no los consulta. Es obvio: nadie va a entrar a la web de la intendencia para leer un informe antes de agarrar la sombrilla, las reposeras, los baldes y palas y enfilar tranquilo a disfrutar de un día de sol. La playa llama.