La violencia en Argentina nunca desapareció del todo. Cambió de cara, de discurso, pero sigue ahí, impulsada por los mismos de siempre. Y ahora vuelve a mostrarse con uno de sus viejos protagonistas: Mario Firmenich, el jefe de Montoneros, el mismo que ordenó secuestros, asesinatos y atentados mientras pactaba en las sombras con la dictadura.
Firmenich no fue un luchador, fue un traidor. Mandó a la muerte a chicos que creían en la revolución, mientras él negociaba con el almirante Massera para que Montoneros no tocara el Mundial ‘78 a cambio de millones de dólares. Mientras sus seguidores caían, él aseguraba su propio futuro. Y lo logró: vive tranquilo en Cataluña, «asesorando» dictaduras como la de Daniel Ortega en Nicaragua.
Pero lo peor no es que este asesino esté libre. Lo peor es que el kirchnerismo y la Cámpora lo reivindican y lo idolatran. En su relato, Firmenich no es un criminal, es un «militante de la juventud maravillosa de los 70». Hace años vienen blanqueando su historia y la de todos los que como él usaron la violencia como método. Para ellos, los terroristas no eran terroristas y guerrilleros que atacaron al gobierno democrático y constitucional de Perón-Perón, eran «jóvenes idealistas». Y esa mentira, Néstor y Cristina Kirchner la convirtieron, por una vil conveniencia política, en una práctica de gobierno. Como dice el turco Asís «*Los Kirchner se dieron cuenta que con la izquierda dentro del bolso con los dólares, se puede afanar tranquilo…*».
El kirchnerismo, con La Cámpora a la cabeza, le rinde homenaje a estos tipos. Y no solo con discursos: les armaron organismos, les inventaron pensiones de «víctimas», les dieron cátedras en universidades, les permitieron escribir la historia a su manera. Así es como Firmenich, el mismo que mandó a asesinar a José Ignacio Rucci con más de 30 balazos, el mismo que secuestró y ejecutó empresarios, el mismo que financió su ejército del terror con crímenes, hoy se hace el preocupado por los jubilados. Sí, ahora dice que está de su lado, como si décadas de sangre se taparan con un discurso ordinario y berreta.
Pero no es casualidad. Firmenich siempre usó causas nobles para disfrazar su mierda. Y sus discípulos en el kirchnerismo hacen lo mismo. Lo vimos esta semana en la Plaza de los Dos Congresos, donde bandas organizadas con barras bravas destrozaron todo, tiraron piedras, prendieron fuego y dejaron un reguero de violencia. No fue una protesta, fue una guerra callejera, armada y planeada. ¿Y quiénes aplauden desde la sombra? Los de siempre.
Los mismos que montaron el «relato setentista» para justificar cualquier cosa. Los que durante años llenaron el Estado de militantes sin laburo, los que usaron la «memoria» como excusa para hacer negociados, los que se llenaron los bolsillos mientras decían defender «el proyecto nacional y popular». Son los mismos que cambiaron los fusiles y las bombas por los dólares que hasta le salen por los dientes, porque ya no les entran en los bolsos.
Firmenich no tiene vergüenza. Y La Cámpora tampoco. Se llenan la boca con la justicia social, pero jamás les importó nadie. Usaron la violencia antes y la usan ahora. Antes con balazos, ahora con barras bravas y militantes pagados. El método es el mismo: «*Copamos el justicialismo y rompemos todo hasta volver*». Deberían recordar que el primer intento de copamiento del PJ en los 70, les salió mal.
Firmenich debería estar en la cárcel, no dando cátedra de moral. Mientras él disfruta del Mediterráneo viviendo en Barcelona, y La Cámpora sigue contratando barras bravas desde las sombras, la Argentina sigue bajo fuego.