Tres grupos surgen con nitidez entre los cardenales que deberán elegir al próximo Papa. Uno mayoritario que aboga por nombar un pontífice que continúe la línea de Francisco, pero sin avanzar en sus reformas. Su principal candidato es quien fue hasta ahora el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal italiano Pietro Parolin (70 años).
Otro grupo, más chico, impulsa una profundización de los cambios. Este sector postula al presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Zuppi (69), para muchos el preferido de Francisco.
Finalmente, otro aún menor de conservadores que propugnan una vuelta atrás. Entre ellos se cuentan cardenales como el alemán Gerard Müller que ocupó un alto cargo en el Vaticano y se opuso a la decisión de Francisco de que los católicos divorciados en nueva unión puedan comulgar (recibir la hostia consagrada) bajo ciertas condiciones. Su candidato más relevante es el arzobispo de Budapest, Peter Erdó (67), también opuesto a esa medida y a la bendición de parejas gay.
Destacados observadores del quehacer de la Iglesia dicen que la elección papal que se avecina será la “más dramática de los últimos 50 años” porque las reformas que realizó Francisco generaron una profunda división en la milenaria institución.
Y que, por lo tanto, se terminará optando por un conciliador que siga el espíritu aperturista del pontífice argentino, pero sin sus cambios -por caso, la bendición a parejas gay-, ni su marcado acento social con severos cuestionamientos al capitalismo.
Claro que para ello hará falta aglutinar 89 votos entre los 133 cardenales que ingresarán a la Capilla Sixtina este miércoles porque las normas dicen que hacen falta los dos tercios de los sufragios. Aunque se trata de una cantidad exigente, quizá no lo sea tanto si se tiene en cuenta que la clásica división entre conservadores y progresistas parece que esta vez no se verificará en cantidades parecidas como en el pasado en que a veces debía elegirse a un tercero de consenso.
Nombres y números en danza
Este fin se semana existía en los menos eclesiásticos la extendida impresión de que el principal papable, el cardenal Parolin podría alcanzar la mayor cantidad de votos, pero no los dos tercios. Si bien se le reconoce habilidad como buen diplomático de carrera que es para unir la Iglesia, carece de experiencia religiosa en el terreno. Pero también de carisma, una cuestión relevante en tiempos tan mediáticos. Además, la excesiva exposición que tuvo estos días no lo favoreció.
Aquí hay que hacer una aclaración: los cardenales prefieren a alguien que no figure en ningún pronóstico de la prensa y pase lo más desapercibido posible. Pero no siempre los periodistas perjudican a los papables citándolos. A veces son los propios papables los que se dañan a sí mismos. Por caso, no cayó bien entre algunos cardenales que Parolin haya recibido a las delegaciones con motivo del funeral de Francisco como si fuera un pontífice.
A su vez, Zuppi parecía quedar bastante rezagado, precisamente por su radicalidad en cuanto a los cambios que impulsaría. Se le aprecia su cercanía a la gente, especialmente a los sectores más populares, y se le reconoce su experiencia en la desactivación de conflicto, como en los ’90 en la pacificación de Mozambique. Pero su cercanía a la progresista Comunidad San Egidio causa temor de que pueda ejercer una influencia excesiva en su eventual papado.

Finalmente, a Erdó se le reconoce una gran formación y una trayectoria relevante, siendo dos veces presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa. Políglota, es un pragmático que nunca se enfrentó abiertamente con Francisco. Pero sus posiciones conservadoras -se opuso en 2015 a que las iglesias albergaran a inmigrantes como quería Jorge Bergoglio- profundizarían la división que se quiere cerrar.
¿Un «tapado»?
¿Y entonces? Surge, pues, la posibilidad de un “tapado”, es decir, alguien que no figura entre los candidatos que se mencionan por estos días. El principal antecedente se remonta a la segunda elección papal en 1978, tras la muerte de Juan Pablo I. Como se iban sucediendo las las votaciones y ni el conservador Giuseppe Siri, ni el progresista Giovanni Benelli alcanzaban los dos tercios alcanzaban los dos tercios se empezó a pensar en un polaco, Karol Wojtyla, que se terminó convirtiendo en Juan Pablo II.
Es cierto que hoy además de Parolin, Zuppi y Erdó se están barajando otros candidatos como el filipino Luis Antonio Tagle (76), moderado, ex arzobispo de Manila y actual pro perfecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos del Vaticano.
Pero a Tagle se le atribuye una mala gestión administrativa en Cáritas Internacional. También se menciona a otro moderado, el patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa (60), pero su principal contra es que por su edad su papado sería demasiado largo.
Hay otros nombres menos visibles, pero que también empiezan a trascender en medio del cúmulo de especulaciones. Por caso, el francés Jean-Marc Aveline (66), arzobispo de Marsella, alineado con Francisco, sobre todo en la problemática migratoria (de hecho, Bergoglio lo visitó); el italiano Domenico Battaglia (62), muy cercano a la gente y muy dedicado a flagelos tan actuales como las adicciones a las drogas, y el sueco conservador Anders Arborelius (75), Obispo de Estocolmo, el primer y único cardenal escandinavo.
A todo esto los cardenales tienen estos días sus plenarios para analizar la situación de la Iglesia y el perfil del nuevo papa, pero en los ratos libres, en pequeños o grandes grupos, buscan acordar un candidato para entrar a la Capilla Sixtina decididos por un colega que represente sus aspiraciones.
“La cuestión está abierta, aún no estamos listos; descubrir quién ha sido elegido por el Señor”, admitió el francés Jean-Paul Vesco, arzobispo de Argel, uno de los electores.
También el chileno Fernando Natalio Chomali Garib, arzobispo de Santiago, afirmó que “todo está abierto”. Mientras que el italiano Marcello Semeraro, prefecto del dicasterio para la Canonización de los Santos, fue más allá y dijo que la intención es encontrar un pontífice que no tenga que gobernar solo: «En el cónclave buscamos a un director de orquesta, no a un solista», señaló. Acaso un tiro por elevación a Francisco, al que algunos criticaban por poco colegial.
El hecho de que sea el cónclave más concurrido y diverso -los cardenales representan a 71 países- con muchos cardenales nuevos que no se conocen entre sí, lleva a pensar que no es alocado que pueda ser más largo que los últimos. O sea, que abarque, no un día y medio o dos, sino tres o cuatro. ¿Eso dañaría la imagen de la Iglesia porque se tomaría como una señal de falta de unión?