La escena es simple: un colectivo rumbo a Orán, una ruta perdida entre el viento y la nada, y un control de GendarmerÃa que, por una vez, no estaba buscando pastillas de menta vencidas ni bidones con nafta de contrabando. Y ahÃ, entre mochilas con sándwiches aplastados y bolsos con medias húmedas, aparece Él: el pasajero millonario.
No llevaba auriculares, ni libros, ni mate cocido. Llevaba lo esencial para un viajecito tranquilo:
– 135.750 dólares,
– 1.933.000 pesos,
– y una explicación más floja que presupuesto en año electoral.
Cuando le preguntaron de dónde salÃa todo eso, el tipo se encogió de hombros con la soltura de quien encuentra 3 millones de pesos entre las servilletas. Dijo que no tenÃa cómo justificarlo. ¿Y quién tiene, a esta altura? El paÃs no justifica ni su himno.
La ley dice que no podés andar con ese fangote sin declarar, pero el sentido común argentino dice otra cosa:
– Si vas en un avión con esa guita, sos financista.
– Si vas en auto, sos polÃtico.
– Y si vas en colectivo, sos un boludo con suerte… o un narco tÃmido.
El fiscal federal actuó como corresponde: le incautó el dinero, los celulares, y lo dejó libre. Porque claro, no es lo mismo andar sin barbijo que sin 150 millones. Por el primero te hacen un acta, por el segundo te hacen una pregunta:
– ¿Amigo de quién sos?
Lo cierto es que el pasajero sigue libre, aunque supeditado a la causa. Supeditado, en criollo, es estar a una declaración de distancia entre Netflix y Ezeiza.
Mientras tanto, el resto de los mortales seguiremos viajando con monedas justas, esperando que no suba el chofer que rompe los billetes de cien como si fueran de mentira, y soñando con encontrar un bolso asÃ… pero sin GendarmerÃa ni fiscales cerca.