La CGT lanzó un paro general para el jueves 10 de abril. Dicen que es por 24 horas, pero bien podría durar 15 minutos y nadie se daría cuenta. En un país donde hasta los cortes de luz tienen más épica que las huelgas, la central obrera promete una jornada histórica… por su absoluta tranquilidad. El lema parece ser: “¡A las calles, pero con mantita y mate!”
Revolución sindical en pantuflas
La medida iba a ser el primer paso hacia una revolución de trabajadores, pero se quedó en acto escolar sin recreo. Los jefes sindicales amagaron con algo grande, tipo “paro total e indefinido con movilizaciones masivas”, como si el edificio de Azopardo fuera la nueva Sierra Maestra. Pero no. Emilio Pérsico, con su barba de jardinero de ONG, no logró emocionar ni a su WhatsApp. Y Juan Grabois, que exige medidas duras contra Milei, parece más interesado en practicar para un casting de La Casa de Papel que en articular con la CGT, esa multinacional del café con leche y la cautela.
Moyano y la CGT en modo yoga
Hasta Hugo Moyano, ese prócer de la trompada sindical, ahora habla como si diera clases de respiración consciente en Palermo Soho. “Que sea en paz”, dijo. Lo mismo Gerardo Martínez, que se cree embajador plenipotenciario y pidió diálogo, consenso y ojalá una merienda compartida. Sergio Palazzo, ex rugidor de pasillos, hoy es un apóstol del equilibrio tripartito: sindicatos, gobierno y empresarios, como si la Argentina fuera Suiza y no un capítulo inédito de Los Simpson dirigido por Tarantino.
Sindicatos fantasmas, huelgas invisibles
En los gremios hay una consigna silenciosa: “mejor no paro, que pierdo el viático y no llego ni al bondi”. Los laburantes están tan reventados que un día sin sueldo es como una patada en la tarjeta SUBE. Algunos gremios ni siquiera sabían que había paro. El sindicato de modelos lo apoyó, pero nadie notó su ausencia. ¿Faltaron? ¿Estaban? ¿Eran hologramas?
Y Transporte —ese gremio que define si hay quilombo o un domingo largo— ya avisó que no se mueve. Si no hay bondis, no hay piquetes. Si no hay piquetes, no hay fotos. Y sin fotos, no existe el paro. Así de simple.
La CGT, de fabricar diputados a cebar mates
Antes, los sindicatos metían diputados a dedo. Hoy apenas logran que los inviten a un acto… como público. Palazzo es el último representante sindical en el Congreso y parece una excepción folclórica, como la vaca en la avenida. Nadie más. En las municipales porteñas, los gremios ni figuran. Van a las elecciones si les dan una vianda o si necesitan mover gente para la selfie.
El último tren de Barrionuevo (con Burlando de pasajero)
En medio de este Titanic sindical, aparece Luis Barrionuevo con una propuesta digna de Netflix: crear un partido gremial en Buenos Aires. El plan es juntar pedacitos rotos, meterle épica noventosa, y convencer a Francisco de Narváez de que vuelva del más allá. Spoiler: el “colorado” ni sabe si quiere.
Y por si eso no bastara, Sergio Massa —el acumulador compulsivo de fragmentos— quiere postular a Fernando Burlando como figura estelar. Sí, el abogado de los casos imposibles. Caro, sin dudas. El mejor… no sé. Pero al menos puede dar conferencias de prensa mientras el sindicalismo busca una brújula, un GPS o un mapa para volver a ser lo que fue. O al menos, parecerlo.
Conclusión provisoria: el paro viene con más pausas que convicciones, más maquillaje que furia. La CGT amenaza con rugir… pero bosteza. Y mientras Milei y Caputo hacen equilibrio sobre un país de gelatina, los gremios intentan recordar si alguna vez fueron el lomo del león… o simplemente el eco de su bostezo.