os servicios de inteligencia de los ejércitos de Estados Unidos y Vietnam del Sur no se percataron de las movilizaciones que, desde mediados de 1967, se estaban dando en el Norte. Tampoco, de la infiltración en el Sur de 90.000 soldados enemigos. Confiaban en la solidez de sus posiciones y en que los esfuerzos desarrollados en los años previos para debilitar a los comunistas habían dado sus frutos.
Por eso, fue una sorpresa total cuando, a finales de enero de 1968, el ejército de Vietnam del Norte y la guerrilla del Vietcong lanzaron la Ofensiva del Tet, que supuso el ataque simultáneo sobre cientos de objetivos militares incluyendo 38 capitales de provincia del Sur, en algunas de las cuales llegaron a ocupar barrios enteros por semanas. También fueron atacados centenares de cuarteles, bases y puestos militares.
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Entre los objetivos más importantes estaba la vieja ciudad imperial de Hue, cerca de la frontera con el Norte, que durante más de dos meses estuvo en poder del Vietcong y que les costó a los estadounidenses grandes esfuerzos recuperar. Sobre ella cayeron por sorpresa, el 30 de enero, unos 11.000 vietnamitas, tanto del ejército regular del Norte como del Vietcong, que la ocuparon casi totalmente (a excepción de dos bases militares, que quedaron aisladas y cercadas). La ocupación comunista supuso la ejecución de miles de civiles, acusados de colaborar con las fuerzas americanas y survietnamitas.
Al cabo de unos días, comenzaron a llegar los socorros de Saigón y de Estados Unidos, sobre todo mediante los helicópteros que pudieron aterrizar en las bases que se mantenían cercadas dentro de Hue y que, junto con la ayuda enviada por tierra –sobre todo, blindados y artillería–, sumaron un total de 20.000 soldados. La reconquista fue ardua, edificio por edificio, lo que llevó a la destrucción de la mayor parte de la ciudad y la muerte de miles de civiles que resultaron atrapados.
Hasta el 3 de marzo la ciudad no fue liberada, pero el coste pagado fue muy alto. Entre los norteamericanos hubo 216 muertos y 1.584 heridos; entre los survietnamitas, 452 y 2.123, respectivamente. Las bajas de las tropas de Vietnam del Norte son más difíciles de precisar, pero se pueden evaluar en aproximadamente 3.000 muertos y un incierto número de heridos (aparte de unos 9.000 civiles).
Ofensivas sobre puntos estratégicos vietnamitas
Mucho más costoso y duro fue el ataque sobre la gran base aérea de Khe Sanh –algo más al norte que Hue y cerca de la frontera con Laos–, un obstáculo importante a la penetración de las fuerzas del Norte al estar muy próxima a la Ruta Ho Chi Minh con la que se abastecía el Vietcong. Disponía de un gran polvorín, pista de aterrizaje y hangares para aviones y helicópteros y la defendían una abundante artillería y un total de 12.000 hombres.
Como medio de distracción de la Ofensiva del Tet que preparaba Hanoi, desde finales de 1967 comenzaron los planes para tomar la base. Al frente del operativo iba a estar nada menos que el general en jefe de las fuerzas de Vietnam del Norte y héroe de Diem Bie Phu, Vo Nguyen Giap, que reunió a unos 28.000 hombres para el ataque, junto con armamento pesado como artillería y tanques. El objetivo primordial no era su ocupación, sino distraer el mayor número posible de soldados para su defensa facilitando, con ello, el asalto general que suponía la Ofensiva del Tet, aunque sin renunciar a su conquista si ello fuera factible.
El 20 de enero, un desertor del Vietcong se presentó en la base avisando del asalto y, aunque se desconfió de su información, se reforzaron las defensas. Horas después se desató el ataque, que fue desastroso para los defensores: miles de obuses impactaron en el recinto destruyendo el polvorín con todas las reservas de municiones y combustible y dejando la pista de aterrizaje inservible. A principios de febrero, Khe Sanh estaba totalmente rodeada.
Para evitar el desastre, el General en Jefe de EE UU, William Westmoreland, envió ayuda aérea lanzando hombres y pertrechos desde paracaídas, que sirvieron a los defensores para mantener las líneas. Al mismo tiempo, unos 7.000 hombres avanzaron por tierra en misión de socorro, con la intención de tomar las colinas circundantes a la base y expulsar de ellas a los vietnamitas. Ante la dureza de los combates y para mantener alta la moral norteamericana, se izaban banderas cuando se tomaba un objetivo y se tocaba el himno por las mañanas, acciones que no estaban permitidas, en principio, al actuarse oficialmente en territorio de Vietnam del Sur y bajo la supervisión de sus autoridades.
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Mientras tanto, en el interior de la base la situación no dejaba de empeorar: escaseaban las medicinas y la comida, las bajas por enfermedad no cesaban de aumentar y la moral descendía peligrosamente (se dieron decenas de casos de soldados que se autolesionaban para lograr ser evacuados). Por suerte para los defensores, los bombarderos norteamericanos B-52 machacaron las posiciones enemigas, lanzando sobre ellas más de 100.000 kilos de bombas y napalm durante las más de 2.500 salidas realizadas.
Victoria táctica americana
Finalmente, tras 77 días de asedio, la base fue liberada. Habían luchado en su defensa más de 25.000 norteamericanos, de los que resultaron muertos unos 3.300, heridos o enfermos unos 8.500 y prisioneros 257. Serían las bajas más importantes sufridas en una sola acción bélica por parte de Estados Unidos en toda la guerra. Por parte atacante las bajas estimadas, entre muertos y heridos, se evalúan en unas 10.000.
Pero a pesar de todo el coste material y humano, la base acabó siendo abandonada el 5 de julio con el argumento de que ya no era necesaria y de que había cumplido su misión de distraer a gran parte de las fuerzas enemigas. La verdad era que se había demostrado lo peligroso que resultaba tener una instalación tan alejada de Saigón y de los puntos de abastecimiento, que además se reveló inútil para detectar e impedir la infiltración comunista hacia el Sur. A pesar de la victoria táctica, fue un nuevo revés para la estrategia americana en la guerra.
Saigón también fue atacada durante más de un mes. Como en el resto de ciudades y bases, la ofensiva acabó siendo rechazada. La estación de radio fue ocupada por unas horas, lo mismo que la propia Embajada americana y varias bases militares. Al final, los combates degeneraron en una lucha casa por casa que arrasó parte de los barrios de la ciudad y que se prolongó durante 37 días.
Pero el choque militar pasó a la Historia, sobre todo, por una famosa y terrible foto –le valió el Premio Pulitzer al fotógrafo Eddie Adams– en la que un general survietnamita ejecutaba de un tiro en la sien y a sangre fría, el 1 de febrero, a un miembro destacado del Vietcong. Una imagen demoledora que compensó con creces la derrota militar de los comunistas. Porque, a pesar de la victoria militar, el elevado número de bajas sufrido y las noticias sobre las matanzas indiscriminadas afectaron negativamente a la percepción del público estadounidense de la guerra e hicieron que cayera con fuerza el apoyo político.
En esas mismas fechas, fuerzas estadounidenses perpetraron la masacre de civiles en la aldea de My Lai , que según algunas fuentes supuso el asesinato de 504 civiles y tuvo un fuerte impacto en la opinión pública internacional. Por su parte, EE UU sufrió en la primera semana de mayo la peor cifra de bajas de toda la guerra: 562 soldados muertos. Westmoreland, desesperado, pidió el urgente envío de 206.000 hombres más, que se debían añadir a los casi 500.000 que ya combatían en Vietnam, pero el presidente Lyndon B. Johnson no se los envió.
La batalla de la propaganda
La respuesta norteamericana fue dura. Los bombardeos siguieron siendo atroces: a finales de 1968 se habían lanzado sobre Vietnam del Norte 643.000 toneladas de bombas, y 1.500.000 sobre las zonas controladas por los comunistas en el mismo Vietnam del Sur. Sin embargo, Estados Unidos perdió más de mil aviones en sólo tres años, debido a la tupida red de defensa antiaérea que los vietnamitas habían dispuesto para proteger los objetivos más importantes.
Asimismo, estaba claro que Vietnam estaba ganando la batalla de la propaganda y supo explotar, mediante imágenes publicadas en la prensa internacional, a las víctimas inocentes de los bombardeos masivos que afectaron a la población civil. Estos reportajes, que igualmente llegaban a la prensa occidental, evidenciaban las crueldades que los mandos del ejército de Vietnam del Sur cometían contra los presos del Vietcong o contra la población civil sospechosa de apoyarlo o que protestaba contra la dictadura del gobierno militar.
Las informaciones sobre la corrupción que reinaba en las esferas de poder, en contraste con el sufrimiento de la población, eran igualmente demoledoras. Obviamente, los norvietnamitas y el Vietcong también cometían crueldades, represalias y asesinatos masivos contra los sospechosos de colaborar con los americanos o con el régimen del Sur, ya fuesen militares enemigos como civiles, pero las noticias de estos hechos apenas fluían, lo que provocaba la impresión de que ellos eran las únicas víctimas de la guerra. Además, era cierto que la población campesina que estaba en las zonas controladas por el Vietcong gozaba de unas condiciones de vida mucho mejores que las que padecía el campesinado bajo el gobierno de Vietnam del Sur. Este apoyo acabó siendo también un elemento determinante en el resultado de la guerra.
Una ratonera sin salida
A partir de mayo y hasta septiembre de 1968, se dieron dos nuevas fases de la Ofensiva del Tet para reforzar las posiciones negociadoras de Vietnam del Norte en las conversaciones de París. En mayo se produjo la batalla de Dai Do, en el interior, así como nuevos ataques sobre Saigón que se prolongaron hasta el mes de septiembre. Aunque los contraataques americanos hicieron retroceder finalmente al enemigo con enormes bajas, se puso de manifiesto que la situación política y militar estaba cada vez más deteriorada y que la guerra sería interminable. En ese año morirían unos 50.000 guerrilleros y soldados del Vietnam del Norte y decenas de miles de civiles, pero también 14.000 soldados estadounidenses y el doble de survietnamitas.
El general Giap había sufrido una derrota táctica en la Ofensiva del Tet, pero había obtenido a cambio una victoria estratégica y propagandística. Sabía que podía permitirse esta enorme desproporción de bajas pues, mientras la sociedad vietnamita lo asumía y aceptaba como un mal necesario, Estados Unidos sufría cada vez que llegaban los féretros de sus muchachos cubiertos con la bandera. Además, con la Ofensiva del Tet de ese año, los norteamericanos percibieron la certeza de que los comunistas podían infiltrarse y atacar en cualquier punto del Sur; de que no había base, ciudad ni reducto a salvo de un posible ataque.
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No existía una línea de frente estable ni, por tanto, ninguna retaguardia segura. A partir de 1968, se fue extendiendo la convicción entre las altas esferas políticas y militares estadounidenses de que Vietnam era una ratonera sin salida, pero de la cual era preciso escapar como fuese. Lo malo fue que esa sensación también se extendió, rápidamente, al conjunto de la sociedad estadounidense, que se empezó a movilizar activamente contra la guerra y por la repatriación de sus soldados.
Movilización contra la guerra
El resultado de todo ello fue el giro progresivo de la opinión pública internacional, empezando por la de EE UU, que pasó de una cierta indiferencia al principio del conflicto a un clamor contra la presencia americana en el país. Prueba de ello fue el editorial del Wall Street Journal del 23 de febrero, al poco de desencadenarse la Ofensiva del Tet, en el que se afirmaba: “Creemos que el pueblo norteamericano debe prepararse para aceptar, si no lo ha hecho ya, la posibilidad de que toda la campaña vietnamita esté abocada al fracaso”.
En medio de la guerra, en el mes de mayo de 1968 se iniciaron finalmente en París las primeras negociaciones entre Vietnam del Norte, Vietnam del Sur y EE UU para tratar de explorar vías de paz. Las posiciones estaban muy alejadas y el Sur no estaba dispuesto a renunciar a la presencia de fuerzas norteamericanas, porque sabían que ello les llevaría a la derrota y a la unificación del país bajo la hegemonía comunista del Norte.
A las dificultades propias de las conversaciones se añadió que en ese año había elecciones presidenciales en EE UU, a las que aspiraba el republicano Richard Nixon en competencia con el demócrata Hubert Humphrey, que por entonces era el vicepresidente de Lyndon B. Johnson, quien había anunciado que no se presentaría a la reelección. En septiembre, la Administración demócrata, que deseaba poner fin a la guerra lo antes posible, planteó en la mesa de negociaciones el cese de los bombardeos sobre el Norte como una posible oferta. Nixon, ansioso de conseguir la presidencia, buscaba el desprestigio de la candidatura demócrata, y el fracaso de las conversaciones de paz sería una baza a su favor.
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Iniciativa de paz traicionada
Así, enterado de la propuesta del cese de bombardeos, el equipo de Nixon –con la colaboración estrecha de Henry Kissinger– se la reveló a los dirigentes de Vietnam del Sur. Al mismo tiempo, se les aseguró que su régimen sería mucho más firmemente apoyado por una Administración republicana (Nixon) que por los demócratas, que estaban dispuesto a cesar los ataques aéreos, por lo que no debían firmar ningún acuerdo hasta que se celebrasen las elecciones estadounidenses.
De esta manera, los delegados survietnamitas en París elevaron cada vez más sus exigencias al Norte hasta hacer imposible cualquier acuerdo de paz. Johnson, en un último intento a la desesperada, ordenó el 31 de octubre cesar los bombardeos, pero al día siguiente los delegados de Vietnam del Sur se levantaron de la mesa desautorizándole por completo. Cuatro días más tarde, Nixon fue elegido presidente por escaso margen de votos.
Sin duda fue un sabotaje, una “traición” –así la llegó a calificar el mismo presidente Johnson– orquestada para desprestigiar la iniciativa de paz demócrata y lograr la presidencia para Nixon. Lo grave es que años después, en 1973, el nuevo presidente llegó a acuerdos de paz en términos mucho más claudicantes que los que había denunciado en 1968, pues se acordó que EE UU evacuaría totalmente Vietnam del Sur, traicionando (ahora sí) a los dirigentes survietnamitas.
El precio pagado fue enorme porque, aparte del desprestigio político, durante esos años murieron 20.000 soldados norteamericanos más y centenares de miles de vietnamitas, laosianos y camboyanos. Muertes que se revelaron, por tanto, absolutamente inútiles, sólo provocadas por las ambiciones políticas de Nixon.