La decisión de no dar continuidad a la moratoria previsional ha generado un intenso debate en el ámbito político y social. Para muchos, esta medida no solo es una falta de sensibilidad hacia los sectores más vulnerables, sino también una miopía en términos de política pública. Como bien señaló el legislador nacional, la moratoria no debe ser vista como un gasto, sino como una inversión en la dignidad y el futuro de miles de personas que, por diversas circunstancias, no pudieron completar sus aportes jubilatorios.
La moratoria previsional es, en esencia, una herramienta de inclusión social. Permite que personas que han trabajado toda su vida, muchas veces en condiciones informales o precarias, accedan a un derecho básico: la jubilación. Negar esta posibilidad no solo es injusto, sino que también profundiza las desigualdades existentes. Además, es una medida que beneficia a la economía en su conjunto, ya que los jubilados y jubiladas contribuyen al consumo y al dinamismo del mercado interno.
Por otro lado, el cuestionamiento hacia los empresarios que no cumplieron con sus obligaciones de realizar los aportes patronales es un punto clave. Muchos trabajadores se encuentran hoy en situación de desamparo porque sus empleadores evadieron responsabilidades durante años. Este problema no puede ser ignorado ni trasladado como una carga exclusiva al Estado o a los propios trabajadores. Es necesario que se implementen mecanismos de control y sanción para garantizar que los empleadores cumplan con sus obligaciones y no descarguen sus faltas sobre los más débiles.
En definitiva, la moratoria previsional no es solo una cuestión económica, sino una decisión política que refleja los valores de una sociedad. Abandonarla es dar la espalda a quienes más necesitan protección y perpetuar un sistema que prioriza el beneficio de unos pocos sobre el bienestar de muchos. La justicia social debe ser el eje rector de cualquier política previsional, y en ese sentido, la moratoria es un paso indispensable.

