En la gestión de Javier Milei, el arte de “hacer como que hacemos” alcanzó niveles olímpicos. En vez de presentar una demanda judicial por el listado de empresas que se pasearon por causas como si fueran visitas guiadas al juzgado, han decidido activar la famosa “investigación administrativa”. ¿Qué es eso? Básicamente, un eufemismo para decir: “tranquilos, muchachos, que no pasa nada”.
En el organismo, el ambiente está más tenso que un asado con veganos. Entre la reformulación de cargos y las revelaciones explosivas contra el titular de la DGI, nadie sabe si saluda a un compañero o a un futuro exiliado laboral. Eso sí, todos se miran como si estuvieran jugando al “¿Quién es el traidor?”.
Y hablando de la DGI, el titular parece haber alcanzado el nirvana del escándalo: las revelaciones en su contra ya no generan indignación, sino un resignado “¿y ahora qué?”. Porque claro, en este país no importa si manejás las finanzas de todos o el carrito del supermercado, siempre hay alguien que te acusa de algo… aunque, por lo visto, las acusaciones acá tienen la misma fuerza que una multa por cruzar en rojo en bicicleta.
Conclusión: investigan, reformulan, se indignan un ratito en los pasillos, y después… bueno, después todos a casa, que la rutina no se va a corromper sola.