Y un día… Perón voló por los aires. No por un golpe militar, sino por la motosierra del peluca libertario. Milei, el León recortador, se cargó al Instituto Juan Domingo Perón como quien arranca una estampita de la pared. ¡Y sin persignarse, che!
Dicen que era una “estructura costosa”. ¡Por supuesto! El archivo justicialista no funciona a fotocopias y mates nomás. Había empleados, libros, papel membretado con escudito, y seguramente una máquina de escribir Olivetti en bronce patrio. ¿Qué pretendían? ¿Que lo bancara TikTok?
Adorni, el vocero zen del anarcocapitalismo, explicó que los estudios sobre Perón se pueden hacer “en el ámbito académico”. Claro, porque la memoria histórica se preserva bárbaro en PowerPoint de la UBA y charlas TEDx con fonditos de tango y mate.
Desde el Congreso, Eduardo Valdés puso el grito en el cielo y presentó un proyecto de ley para defender el Instituto. Lo suyo es admirable: le está peleando a una motosierra con una lapicera. Con tinta azul, eso sí. Azul peronista.
El comunicado del Instituto fue más emotivo que una película de Campanella: “un agravio profundo a la historia”, “una señal de desprecio por la memoria colectiva”, “la destrucción de un legado fundamental”… Faltó que citaran a Evita diciendo: “¡No llores por mí, archivo justicialista!”
¿Cerrará la Casa Histórica de Tucumán por “ineficiente”? ¿Venderá el Cabildo como Airbnb temático?
Mientras tanto, en Neuquén, también clausuraron un museo del Che. Porque claro: si hay algo que molesta al ultracapitalismo, es un barbudo que no vendía NFTs.
En fin, argentinos: agarrémonos fuerte. Porque si Milei le metió motosierra a Perón, a cualquiera le llega la moladora. Y no, no hay subsidio para repuestos.