En la última función del circo romano que llamamos Senado, los sanjuaninos se despacharon con un show de contradicciones muy sabroso. Un verdadero homenaje al arte del doble discurso y la falta de brújula.
Sergio Uñac, exgobernador actualmente Senador Nacional, demostró que se mueve con su propio GPS argumental, tal como durante tantos años lo hizo José Luis Gioja en el Senado también. Votó a favor de Ariel Lijo, el juez con prontuario más largo que la Ruta 40, y después se despachó con un «no» rotundo para García Mansilla. No es incoherencia, es coreografía: lo suyo es la política como danza contemporánea. Cada paso es inexplicable, pero estéticamente confuso.
Celeste Giménez, compañera de bancada de Uñac, decidió mostrar que en Unión por la Patria hay más grietas internas que en el pavimento de ruta a Mendoza: dijo “no” a Lijo y también “no” a García Mansilla tal como le ordeno Máximo Kirchner. Por las dudas, duplicó la negativa, como si la confusión fuera mérito.
Y Bruno Olivera, el libertario con aspiraciones de institucionalista, hizo su propio jueguito: «sí» para Lijo, «sí» para Garcia Mansilla. Es decir, bancó a dos candidatos que tienen menos consenso que una reunión del PJ de San Juan para elegir candidatos. Coherencia de mercado: todo vale, mientras cotice en el índice Milei.
La escena fue tan patética que hasta la UCR, que usualmente se especializa en hacer equilibrio sobre el alambrado, esta vez se plantó y dijo: “con estos dos, no”. Lousteau y Pablo Blanco, más PRO que el propio PRO, lideraron la negativa junto a De Ángeli, que parece que entendió —tarde, pero entendió— que algunos pliegos no se pueden levantar ni con una grúa judicial.
Y qué decir de Carolina Moisés, la jujeña con alma de spoiler: fue la única que adelantó su voto a favor de Lijo, como quien lanza un tráiler de película mala. Habrá pensado que si nadie más la apoya, al menos quedará en la historia como la única que creyó en el guión.
La verdad, más que una votación en el Senado, fue un episodio de «¿Quién quiere ser incoherente?» con final abierto. En este juego de sillas y pliegos, nadie sabe bien quién se sienta dónde ni por qué. Lo único claro es que para elegir jueces de la Corte, nuestros senadores parecen estar usando la misma lógica con la que uno elige empanadas en la rotisería: al azar, y con la esperanza de que no estén vencidas.