“Los Loteadores del Médano”. Los protagonistas, los hermanos Díaz, parecen tener abono VIP en los tribunales: cada vez que la Justicia abre el telón, ellos ya están en la primera fila del banquillo. La trama es siempre la misma: agarran tierras fiscales, las parten como si fueran una pizza, venden los pedazos a familias ilusionadas y después… ¡sorpresa! Resulta que el terreno era más trucho que billete de tres pesos. La gente construye casas, quinchos, piletas, hasta gallineros, y cuando ya tienen todo listo, aparece el Gobierno diciendo: “Perdón, muchachos, pero esto es fiscal, a desalojar se ha dicho”.
Lo mejor es que cada loteo es como una nueva temporada, con más personajes invitados que Gran Hermano: Fernández, Castro, Capelli, la hija, el primo, el vecino… todos actuando en la saga. Y claro, como en toda buena comedia argentina, nadie va preso: la jueza les dice “chicos, vayan a esperar el juicio en libertad” y ellos se van, quizás a planear el próximo capítulo de Loteo Express.
Al final, el verdadero negocio no era la tierra, sino el guion de esta novela interminable: fraude, estafa, quilombo y… continuidad asegurada.
 
															 
															 
															 
					 
							 
															
 
			
 
		 
		 
		