«Seis meses sin una selfie y vas a ver como se desploma Victoria Villarruel». La frase, lapidaria, la emitió una de las personas que tiene el OK directo de Javier Gerardo Milei para hablar en los medios en nombre del Gobierno. Son pocos los que, aparte del vocero presidencial Manuel Adorni, pueden decir cosas en radio y televisión sin recibir un reto del Presidente. Por eso, esta admonición hace referencia a cuál sería la suerte política de la vicepresidenta de no allanarse al ordenamiento del poder actual: si no se regimenta, perderá los números jugosos que hoy arrojan las encuestas, tanto las que maneja la Rosada como la oposición. Villarruel tiene el veto absoluto de Karina Elizabeth Milei, «El Jefe», quien aprieta por estos días las clavijas reclamando lealtad. Ella y el asesor todoterreno Santiago Caputo determinan qué está bien y qué está mal en el mundo libertario: ¿acordar con los K para que Ariel Lijo llegue a la Corte Suprema? Adentro. Los canales entre la Casa Rosada y el Instituto Patria son un misterio para algunos. De todos modos, no sería erróneo mirar para el Senado, donde el bonaerense Wado de Pedro se maneja sigilosamente y de modo aceitado con allegados al joven Caputo. El tema de la Justicia siempre desveló al joven Wado, del mismo modo que hoy cautiva al poderoso Santiago, quien se muestra preocupado (y ocupado) en la suerte de Ariel Lijo. Patiens et fortis se ipsum felicem facit: los hombres pacientes y valientes se hacen felices a sí mismos…
Otra relación cautivante para el poder es el canal entre el primer piso de la Rosada con Emiliano Yacobitti. En los alrededores del Salón Martín Fierro (donde se estableció Santiago Caputo) sabían antes que nadie que Martín Lousteau sería entronado en la presidencia de la Comisión Bicameral de Inteligencia. ¿Se resignaron al poder de negociación del enrulado economista radical con el cristinismo o la dejaron pasar? Difícil decirle al Gobierno que «no la ven»… Lousteau negó por cielo y tierra que acordaría con legisladores ultra como Leopoldo Moreau y Oscar Parrilli, pero finalmente terminó abrazado con el kirchnerismo, como en los tiempos en que compartió gabinete nacional con Guillermo Moreno. Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada…
Pero donde sí caló el enojo fue entre los gobernadores -hasta ahora- aliados del actual presidente del radicalismo. Los gobernadores de la UCR así como los del PRO se corrieron de la conversación para definir las autoridades de la Bicameral de Inteligencia y expusieron a Lousteau en su acuerdo con los K. Entre los mandatarios de Juntos por el Cambio hay también molestias con Eduardo «Lule» Menem, quien oficia de negociador oficialista y que, esta vez, aparentó distraerse con el cierre opositor para controlar a los organismos de Inteligencia. Los gobernadores tienen una cuenta pendiente con «Lule», a quien señalan por no reconocerles que le cumplieron al Gobierno con el voto en la Ley de Bases y el paquete fiscal, mientras que el riojano fiel a Karina Milei les sacó de un plumazo a todos los funcionarios de Vialidad que respondían a los gobernadores. En nombre de la «pureza», el movedizo Menem se distanció de los gobernadores aliados y ahora fingió demencia en la jugada de Lousteau con el kirchnerismo más rancio. Síganme, que no los voy a defraudar…
Mientras tanto, en las «Fuerzas del Cielo» están fascinados con un nuevo chiche: se trata de un busto miniatura de Javier Milei que apareció en varias oficinas de los funcionarios más leales. Se trata de uno similar a los de Carlos Saúl Menem que supieron inundar la Casa Rosada en los años 90. Quien los reparte es Santiago Viola, un abogado mileísta que el Gobierno quería imponer en la Auditoría General de la Nación. Pero «dicen» que quien los provee es Jorge ‘Corcho’ Anzorreguy, un ex PRO que supo ser el secretario administrativo de la Legislatura porteña. Los mini-bustos son la delicia de muchos en las dependencias oficiales y prometen distribuir más, de cara a la campaña electoral del próximo año. ¡Viva la libertad, carajo!
En el campamento peronista, nadie sale del asombro que les produce aún la denuncia de Fabiola Yañez contra Alberto Ángel Fernández. La sorpresa en el peronismo es por la acusación de violencia de género, no por las aventuras y escapadas del entonces Presidente, algo que era vox populi en la fuerza que más ha gobernado la Argentina. Por eso, varios de los ex colaboradores del peronista porteño intentan despegarse de las andanzas en tiempos presidenciales: “Alberto era un canuto con lo que hacía con su vida personal, no nos contaba nada”, repite un viejo amigo quien niega haber visto cancherear a Fernández con fotos que le enviaban mujeres a las que había conocido gracias a su investidura. “Yo no manejaba la agenda”, reclamó la propia María Cantero -la ex secretaria presidencial- contestando a esta columna de la semana pasada, al afirmar que la agenda no estaba en su poder sino en la Secretaría General de Presidencia. Todos contra todos…
Por eso, un recuerdo afloró en los últimos días sobre un ministro de la etapa kirchnerista quien también se escapaba de sus obligaciones por un rato para sus degustaciones preferidas. El hombre era un fanático de las milanesas con papas fritas. Y por eso, viajaba varios mediodías hasta un edificio en el Barrio Norte porteño para almorzar con una amiga que cocinaba ese plato «como nadie». Así, pasaba unas gratificantes horas y se retiraba pipón, tras zamparse ese plato de carne vacuna empanada acompañado de hortalizas y dormir un rato de siesta reparadora. El movimiento llamaba la atención de los vecinos, pues el funcionario no lo hacía con recato sino que caía con todo un movimiento de autos de seguridad y sirenas, que delataban la jugada en el coqueto vecindario. Alberto, un poroto…
