La militancia que suele movilizarse “en nombre de las mujeres” optó esta vez por mirar hacia otro lado ante un crimen brutal que salpica directamente al poder peronista.
La sentencia de cadena perpetua para César Sena y sus padres por el asesinato de Cecilia Strzyzowski marcó un antes y un después en la historia judicial de Chaco. No obstante, el monumental quiebre también estuvo en la reacción (o mejor dicho: la total falta de reacción) de las entidades feministas más estridentes del país. Esas que suelen transformar cualquier caso resonante en una bandera, solo que en esta ocasión, la consigna se evaporó porque los involucrados tenían vínculos con el peronismo.
El caso Cecilia estremeció a la provincia y al país: una mujer engañada, asesinada, envuelta en una alfombra, quemada y reducida a cenizas. Una atrocidad que movilizó a la comunidad, que inundó las calles exigiendo justicia hasta lograr que un jurado popular condenara a todos los responsables. Sin embargo, las agrupaciones feministas apenas balbucearon algunos comunicados aislados, sin el ímpetu ni la energía que demuestran habitualmente.
Los mismos movimientos que bloquean arterias enteras denunciando la “violencia patriarcal” decidieron callar cuando la trama involucraba de lleno al círculo político que históricamente supieron respaldar. Recordemos que Emerenciano Sena y Marcela Acuña, ahora tras las rejas, no eran simples referentes barriales: jugaban del lado de Jorge Capitanich, exgobernador y figura central del PJ chaqueño. Esa proximidad explica, al menos en parte, el prudente silencio de los colectivos “de género”.
Mientras tanto, la familia de Cecilia cargó sola con el pedido de justicia. Solo ciudadanos comunes, vecinos y asociaciones independientes mantuvieron vivo el reclamo en la calle. El grito fue de ellos, no del entramado militante que pretende hablar por todas las mujeres del país.
De repente, las “empoderadas” justicialistas desaparecieron del debate mediático. Para ciertos sectores, unas víctimas valen más que otras. Si la desgracia sirve de plataforma política, arman escándalo. Pero si implica mostrar la podredumbre y la impunidad dentro del aparato peronista, entonces la consigna es el silencio: ni mención de Cristina Kirchner, ni monólogos de Ofelia Fernández, ni memes de Malena Pichot, ni editoriales en la radio de Julia Mengolini.
Lo que reveló el fallo no fue solo la responsabilidad penal de los Sena, sino el orden de prioridades de estos movimientos, que mostraron actuar como oficinas satélite del poder antes que como defensoras de los derechos de todas las mujeres. Este silencio no fue una omisión inocente: fue un gesto de complicidad deliberada.
Mientras la Justicia avanza hacia un juicio federal por lavado de dinero, el país asiste a la confirmación de una verdad incómoda: el feminismo de bandera no alza la voz cuando cuestionar a sus propios aliados los incomoda. Y ese apagón de palabras resulta más elocuente que cualquier pancarta.

