El artículo de Muy Interesante aborda las ideas del psicólogo cognitivo Andrew Shtulman, quien en su libro Aprender a imaginar propone una visión novedosa y provocadora sobre la imaginación: lejos de ser un rasgo exclusivo de la niñez, se trata de una capacidad que no solo persiste en la adultez, sino que puede mejorar con los años. Shtulman cuestiona el mito romántico que glorifica la creatividad infantil como la forma más pura de imaginación. En cambio, plantea que para imaginar con verdadero alcance es necesario tener conocimiento, experiencia y formación, cualidades que se adquieren con el tiempo. En otras palabras, la imaginación no decrece con la edad: se afina.
Los niños, si bien tienen una imaginación desinhibida, carecen muchas veces del entendimiento necesario para construir ideas complejas, coherentes o útiles. Por el contrario, los adultos que han acumulado saberes, entrenado su pensamiento crítico y explorado distintos campos del conocimiento están mejor equipados para combinar ideas y generar conexiones nuevas. De este modo, imaginar no se trata solo de fantasear, sino de pensar bien, de forma flexible, rigurosa y creativa.
Shtulman también resalta la importancia del pensamiento interdisciplinario para la creatividad. Grandes innovadores de la historia, como Leonardo da Vinci, Albert Einstein, Marie Curie o Ada Lovelace, no solo eran expertos en sus campos, sino que también combinaban saberes diversos, desde el arte hasta la ciencia. Estudios contemporáneos refuerzan esta idea: muchos ganadores del Premio Nobel tienen intereses extracientíficos como la música, la literatura o la filosofía. Esta variedad de estímulos contribuye a generar analogías, ideas originales y soluciones innovadoras.
La tesis central del libro —y del artículo— es que la creatividad no es un don estático ni un talento de unos pocos: es una habilidad cultivable, que mejora con el aprendizaje, la práctica consciente y la exposición a distintos saberes. Para imaginar mejor, hay que conocer más. Y para crear de verdad, hay que haber pensado, dudado y explorado con profundidad. Shtulman invita a repensar la relación entre conocimiento e imaginación, y a valorar la potencia creativa de la adultez. Lejos de apagarse, la imaginación puede convertirse en una herramienta más poderosa con los años, siempre que se alimente con curiosidad y esfuerzo.
En resumen, imaginar no es cosa de niños. Es cosa de adultos curiosos, críticos y bien formados, capaces de mirar el mundo desde múltiples ángulos y generar ideas que valgan la pena.

