La banda presidencial que se calzan los mandatarios peruanos cuando juran está hecha de una tela resbaladiza. No importa si la cruzan hacia la izquierda o la derecha, si la ajustan o la aflojan, sea como sea al rato se les termina cayendo y ellos se van a su casa. A veces se van más bien a la cárcel. Así de breves son sus mandatos.
Eso acaba de suceder con Dina Boluarte, destituida en el Congreso en un juicio relámpago, por decisión unánime, sin ningún voto en su defensa. La opinión pública nunca le tuvo confianza, con solo el 3% de aprobación, un nivel que la tenía como la jefa de Estado más repudiada de América Latina. Sin respaldo público ni político, Boluarte se quedó sola.
La salida de Boluarte no debería sorprender en Perú, donde desde 2016 desfilaron siete presidentes, muchos expulsados por la misma vía con que despidieron a la mandataria, el juicio por “vacancia moral”, una especie de proceso todoterreno que permite cierto uso discrecional. Boluarte había sucedido hace tres años a otro presidente también eyectado del gobierno, Pedro Castillo, esa vez por intentar un autogolpe de Estado que fue rápidamente neutralizado.
En diciembre de 2022, el corto gobierno de Castillo se derrumbó precisamente como un castillo de naipes o de arena, lo que venga al caso. Cayó por su propio arrebato autoritario, para el que no consiguió respaldo político, militar ni de ningún tipo. Boluarte asumió para cubrir el resto del mandato, hasta mediados de 2026. Pero no llegó a la meta.
El analista político Luis Benavente, director de la consultora Vox Populi, rescata del gobierno de Boluarte haber mantenido la estabilidad económica. Y si bien no satisfizo en muchas otras cosas, considera que esa imagen deslucida del 3% era quizás exagerada. Como también lo fue el juicio por incapacidad moral en el Congreso, el arma a la que los legisladores echaron mano una vez más como ariete de sus intereses y ambiciones.
“No fue una presidenta brillante, no tuvo grandes ministros, tuvo cierta mediocridad. Pero creo que la proporción de crimen y castigo fue muy desbalanceada. Frente a sus faltas, errores, el castigo público ha sido desproporcionado. Finalmente, ella no tuvo, digamos, la capacidad de manejar el tema de seguridad ciudadana frente a la ola criminal en el país”, dijo Benavente a LA NACION, señalando uno de sus mayores defectos, y tema central en los argumentos en su contra que condujeron a la caída.
Desprestigiada, sin partido político propio, con una imagen que nunca remontó, la fruta estaba madura para que alguien sacudiera el árbol. ¿Y quién sacudió el árbol? De hecho, como en Fuenteovejuna, lo hicieron todos. Todo el elenco político peruano. Según Benavente, fue, en definitiva, una situación coyuntural la que derrumbó el gobierno: un cálculo político de los congresistas, muchos de los cuales se presentarán a elecciones el año que viene y no querían quedarse pegados a la deslucida Boluarte.
“Todos los congresistas que concurrieron votaron a favor de la vacancia porque todos están haciendo un cálculo electoral. Dentro de cinco meses son las elecciones generales presidenciales y de congresistas, y después van a ser las elecciones de gobernadores y alcaldes distritales y provinciales. Entonces todos están haciendo su ‘2+2′”, dijo sobre el masivo abandono a la presidenta, a quien le dieron la espalda.
“Por otro lado el Congreso es una institución absolutamente desprestigiada. No recuerdo qué cantidad de congresistas tienen causas fiscales. Entonces, acá viene una paradoja, un Congreso desprestigiado declarando la vacancia moral de Boluarte, administrando la moral del país”, señaló.
El politólogo Carlos Meléndez, investigador de la Universidad de Lisboa, va más lejos y no le concede ningún mérito al gobierno de Boluarte, desacertado -para él- en todos sus aspectos, políticos, económicos, sociales y de seguridad. Hasta le asigna cierta frivolidad a la exmandataria, con más interés por los viajes, los lujos y otras experiencias que por la gestión que tenía entre manos.
Pero coincide en que la destitución de Boluarte, a quien le quedaban solo unos meses de gobierno, respondió menos a cuestiones de moral o de gestión que a los intereses de corto plazo de los congresistas. Algunos de sus aliados saltaron del barco medio hundido. El pasto siempre es más verde en el jardín del vecino, pensaron, en un veloz cambio de camiseta y mientras le sacaban la banda presidencial para ponérsela como modistas a otro.
“Ella no tenía partido político y se mantenía al poder básicamente porque no era una amenaza, no quería cerrar el Congreso y había logrado ciertos pactos con sectores empresariales y con conservadores anticomunistas. Pero estamos entrando a campaña electoral, los parlamentarios quieren ir a la reelección y no van a poder ir a la reelección teniendo a una presidenta tremendamente impopular. Entonces dejaron de apoyarla”, señaló.
“Los parlamentarios y la derecha y quienes apoyaban a Boluarte se dan cuenta de que no van a poder hacer campaña para la reelección con el clima de resentimiento justificado que hay en el interior del país. Tienen que ir a buscar los votos, e ir a buscar los votos con Boluarte como aliada, como socia, es muy difícil y hasta cierto punto una tarea imposible de realizar”, agregó.
Un ejemplo de la mochila que pasó a ser Boluarte, y de ese resentimiento en el interior, contó Meléndez, sucedió esta semana, cuando un precandidato presidencial que dos años atrás la defendió durante unas protestas en Puno, criticando a sus pobladores, volvió a esa zona para una entrevista radial y casi sale linchado cuando se enteraron que estaba. Para muchos legisladores, entonces, a solo unos días de vencer el plazo para presentar las candidaturas, el 13 de octubre, había que sacarse esa carga de encima.
Caída Boluarte, asumió el abogado y legislador José Jerí. Meléndez señaló que Jerí viene de un partido pequeño (Somos Perú) pero con fuertes redes de intermediarios políticos a nivel nacional. Pero advirtió que su estabilidad no está garantizada: “Sus primeros días serán cruciales: debe formar un gabinete que vaya más allá del piloto automático y restablezca un mínimo de confianza pública”.
Jerí será pues quien lleve la banda presidencial sobre su pecho por los próximos meses. Con algo de suerte y buena voluntad, podrá vestirla hasta el final de este mandato.

