Carlos Videla, un empleado de la Legislatura sanjuanina: un salvaje con sueldo del Estado. Un energúmeno con carpeta y escritorio, un golpeador con título de “asesor”. Este personaje siniestro fue condenado por hacer lo que ningún ser humano con alma debería hacer: reventar a palazos a su perrita con una barra de acero. Sí, leíste bien: la molió a golpes. Porque así es el macho patético que se esconde tras una resolución administrativa y un cafecito en la Cámara.
¿Y la Justicia? Medio millón de pesos. Eso cuesta la tortura, el dolor y el miedo de una perrita que tuvo la desgracia de cruzarse con él. Medio palo por ser un cobarde sin entrañas. ¿Eso vale el sufrimiento? ¿Eso cuesta la vida de un ser indefenso? La respuesta, tristemente, es sí… para un sistema que lo sigue amparando.
Porque Carlos Videla sigue trabajando en la Legislatura. Cobra del Estado. Cobra con tus impuestos y los míos. No solo no fue despedido, sino que sigue como si nada, paseando su impunidad por los pasillos del poder como un emperador del espanto. ¿A cuántos más habrá maltratado? ¿A cuántos más lastima desde la oscuridad de una oficina?
La política, los gremios, sus jefes, todos hacen silencio. Porque al parecer, lo que más protege el sistema no es la ley, ni la ética, ni el bien común: es a los suyos. Aunque esos “suyos” sean bestias que le pegan a una perrita con una barra de metal.
Carlos Videla debería estar preso. Debería estar inhabilitado de por vida para ejercer cualquier cargo público. Debería ser ejemplo de repudio social. Pero no. Acá los monstruos se camuflan de empleados públicos y los castigos son multas ridículas.
Videla es el espejo de todo lo que está podrido. Es el símbolo de una estructura que tapa, minimiza, acomoda. Y mientras tanto, nosotros pagamos. Pagamos su sueldo. Pagamos su impunidad. Pagamos su vergüenza.
No olvidemos su nombre. Que quede marcado. Carlos Videla, golpeador de animales, empleado del Estado, símbolo de la cobardía. Y que cada peso que cobre sea una afrenta más al sentido común.