Cada tanto, Facebook me recuerda un momento dorado del periodismo militante. Fue allá por 2011, cuando una estampida de periodistas salió en estampida (sí, dos veces, porque la ironía merece énfasis) a defender a Eugenio Zaffaroni, por entonces juez de la Corte Suprema, de un escándalo que olía a incienso barato y luces rojas.
El desaparecido diario Libre había revelado que en seis (sí, seis) departamentos alquilados por el juez se ejercía la prostitución. Pero tranquilos, que el propio Zaffaroni aclaró que él era una víctima de un “ilícito civil de desnaturalización del contrato de locación”. Traducido al español: «Me alquilaron para vivir y pusieron un burdel, pero yo no sabía nada». Una explicación tan sólida como «el perro se comió la tarea» o «pensé que era azúcar».
Por supuesto, una inmensa cantidad de periodistas (con una indignación que ni en los aumentos de la nafta) firmaron una solicitada defendiendo la “intachabilidad” del juez y cuestionando a los malvados que osaron contar la verdad. Porque acá hay dos cosas sagradas: la camiseta del club y la impunidad del amigo.
Años después, en 2013, el apoderado de Zaffaroni, Ricardo Montivero, apareció en la Justicia, admitió que él manejaba los inmuebles y pagó una multa por violación de la ley de profilaxis. Es decir, el escándalo no era una operación mediática, sino una simple cuestión de salud pública con final feliz… aunque no para el fisco. Y si a esta altura alguien sigue preguntándose quién regenteaba las casas de tolerancia, se ganó un título honorífico en inocencia política y una credencial de socio vitalicio del Club del Ingenuo.
Pero la historia no terminó ahí. En febrero de 2024, Montivero volvió a los diarios, aunque esta vez en la sección policiales: apareció muerto en la bañadera de la residencia de Zaffaroni en la calle Boyacá. Casualidad, destino o ironía del universo, nunca lo sabremos. Solo faltó que la escena del crimen la investigara Oyarbide bailando al ritmo de la Mona Jiménez.
Mientras tanto, el nombre del ex juez resurge cada vez que se habla de inseguridad y su famosa “doctrina garantista”, que incluye joyitas como “con la luz apagada no hay abuso infantil” y otras sentencias que parecen escritas por el Departamento de Recursos Humanos del hampa. Si la criminalidad tuviera un sindicato, a Zaffaroni lo pondrían en el mural junto a Robin Hood y Al Capone.
Dicho todo esto, tal vez sea momento de refrescar la memoria y republicar la lista de periodistas que pusieron su firma para defender lo indefendible. Porque si hay algo que Zaffaroni nos enseñó, es que algunos contratos de adhesión también se desnaturalizan con el tiempo. O, en este caso, con luces de neón y tarifas por hora.