La corrupción en Argentina ha sido como una telenovela: una temporada tras otra, con más escándalos que capítulos de «Los Simpson». Con el peronismo de Menem el «Swiftgate» , un frigorífico al que le habían pedido coima para abrir un nuevo establecimiento. Hasta el gobierno de EE.UU. intervino, pero el embajador Terence Todman era tan amigo del turco que aparecía de repente en la pantalla con cara de «yo también quiero mi parte». Después el gran quilombo de los parientes de Menem, su cuñada y el concuñado sirio que no hablaba español. Se conoció como el «Yomagate», con nada más y nada menos que la cuñada del presidente y su esposo, el sirio tan misterioso que hasta Sherlock Holmes habría necesitado un GPS para encontrarlo. Entre drogas, lavado de dinero y armas, parecía más una película de acción que un escándalo político. ¡Y eso fue solo el trailer! Siguieron las coimas del Banco Nación, la corrupción de los DNI denunciados por Siemens, la venta de armas a Croacia, la leche podrida de Spadone, y la inolvidable frase del hoy empresario José Luis Manzano «Yo robo para la corona», dando a entender que robaba pero para Menem, no para él. Los escándalos del «Grupo Sushi» en el gobierno de De La Rua, la corrupción monumental, sideral, estrafalaria, nunca vista a los niveles presidenciales de los Kirchner, Macri y decreto permitiéndole a sus parientes blanquear los robos del Correo Argentino, Fernández (A) el pegador con la corrupción en la obra pública, en los seguros, en la compra de las vacunas contra el Covid19, Massa y los negociados con el dólar paralelo, en fin ¿sigo?, por que hay más!
Pasemos al presente y sin lugar a dudas el Peluca está mostrando la hilacha, cosas que siguen igual, porque los protagonistas son los mismos de antes. ¡Es como si estuviéramos atrapados en el «Día de la Marmota» de la corrupción! Ahora tenemos a Milei, que es el nuevo protagonista de esta novela. Empezó con la «Ley de Ficha Limpia», que terminó más inflada que un chorizo al sol que está descompuesto. Y luego, ¡el senador Kueider! Se fue a Paraguay con 200.000 dólares en efectivo, como si estuviera llevando las monedas de propina en que deja en el café. Y para rematarla, el nuevo director de la DGI, Andrés Vázquez (funcionario mimoso de Cristina , Máximo Kirchner, y Sergio Massa) , comprando departamentos en EE. UU. como si fuera un turista con tarjeta de crédito ilimitada. ¡Es un combo más explosivo que un chiste de mal gusto en Año Nuevo! ¿Y Milei lo echó, lo denunció, que hizo Milei?, nada, Milei no hizo nada, es como si el tema no existiera para él y su hermana que venían a combatir la «casta corrupta».
¿Y el voto? Bueno, esto es lo mejor. A pesar de todos estos episodios dignos de un «CQC» político, Milei sigue siendo más popular que la pizza con fainá. ¿Por qué? Porque la inflación bajó un poquito, y en Argentina, nada, absolutamente NADA, calma más que ver un billete de $20.000 pesos en la billetera que alcance. ¡Es como un hechizo! Si tenés un poco de plata, la corrupción se convierte en ruido de fondo. ¡Es como cuando vas al teatro y te quejas del precio de la entrada, pero el espectáculo está buenísimo!
Es que esto no es nuevo. Cristina Kirchner, con más causas judiciales que el stock de un supermercado en liquidación, en 2019 se llevó el 48% de los votos. Y hoy, condenada y todo, si se postula en las legislativas, ¡ni los bancos de Plaza de Mayo se sorprenderían si gana! Es como si la gente dijera: «Bueno, la corrupción está mal, pero ¿quién me garantiza que la plata me llegue hasta fin de mes?». ¡Una cosa es ser honesto y otra es ser pobre!
¿Y lo más gracioso? ¡Que la gente en Argentina está dispuesta a aguantar la corrupción, siempre y cuando no les toquen la billetera! Si le metes un poquito de plata en el bolsillo, el resto pasa desapercibido. El argentino prefiere el «cortoplacismo» como si fuera un plato típico: «Lo que pasa hoy es lo único que importa». Y así, la corrupción es como el fútbol: si ganas, todo se olvida.
Entonces, Milei el que venía a romper este ciclo de telenovela ya está usando el «verso anti-casta» como un truco electoral, porque cuando tuvo que pactar con la «casta corrupta» (Caso Kueider), lo hizo sin ningún problema. Lo único claro es que los resultados económicos tienen que llegar y pronto, si no, el verso se va a desmoronar como una torre de cartas. Y en Argentina, la respuesta es clara: ¿honestidad o plata? Y la plata siempre gana. ¡Es el país donde el «cortoplacismo» es el deporte nacional inoperable!