“Ficha Limpia tiene que salir”, dijo la senadora con cara de póker, justo antes de pegarle un escupitajo al proyecto en plena sesión. Y no fue la única: hubo toda una coreografía de moralina televisada seguida por un voto traicionero, digno de una telenovela barata. Ni Alberto Migré se animó a tanto.
La democracia argentina tiene momentos de surrealismo que harían llorar de envidia a Kafka: senadores que juran que están re contra a favor, pero votan re contra en contra porque alguien les sopló desde la banca de atrás. ¿Quién? Rovira. ¿Por qué? Porque Milei lo pidió. ¿Para qué? Para que Cristina siga disponible, como figura decorativa o muñeco de piñata electoral. Todo muy normal.
El Presidente, que se llenaba la boca gritando “¡casta!”, ahora la lame con cuchillo y tenedor. La combate como el diabético al postre: con palabras. Porque si hay algo que quedó claro es que Milei no quiere transparencia, quiere teatro. Que Cristina no se vaya muy lejos, que la necesita para tener con quién pelearse en los afiches. Mientras tanto, a Silvia Lospennato, que impulsó Ficha Limpia, la dejó sin pan, sin torta y sin impulso de campaña. Macho alfa, pero en campaña electoral ajena.
Lo de “la casta” parece haber mutado. Ahora no es más el político corrupto, es el periodista que pregunta feo. Un giro narrativo digno de un guión de Netflix, pero sin la parte entretenida.
Y así estamos: con senadores que juran por la transparencia y votan por el oscurantismo, con un presidente libertario que colecciona exfuncionarios de la “vieja política” como figuritas, y con el pueblo mirando como quien ve una película doblada en turco. La política argentina no necesita más reformas: necesita cloro, escoba y un exorcismo institucional.
Pero no todo está perdido: al menos los memes están buenos. Porque si no podemos tener representantes limpios, que al menos nos den material para reír. O llorar. Lo que venga primero.