Durante tres días, el abogado Oscar Adárvez estuvo bajo arresto domiciliario, tras haber sido detenido el sábado 19 de abril con un arma de fuego sin documentación en su poder. El episodio ocurrió frente a su estudio jurídico, en la transitada esquina de Ignacio de la Roza y Alem. Alegó haber sentido la amenaza de un posible robo. La Policía encontró el arma. La Justicia dictó prisión domiciliaria. Y luego, lo liberó. La causa penal, dicen, sigue en curso.
Adárvez no es un nombre más en la vida pública sanjuanina. Tiene una larga trayectoria como abogado penalista, conocido tanto por su estilo vehemente como por las causas que ha asumido: muchas de ellas controvertidas, varias de ellas mediáticas. Fue defensor de familias gitanas envueltas en resonantes conflictos judiciales, como el caso Mitars en 2012, cuando una joven se fugó por amor a otra provincia. También representó a una familia acusada en Mendoza de estafa por más de $50 millones, según consignó el diario Los Andes.
Su historia se ramifica más allá de los tribunales. En 1987 fue candidato a gobernador de San Juan por la UCD, un partido liberal conservador fundado por Álvaro Alsogaray. Su participación fue sorpresiva en una provincia acostumbrada al bipartidismo, y logró 11.807 votos y una banca proporcional para Carlos Rodríguez Beltrán. Para un outsider de las estructuras tradicionales, fue más que un intento decoroso: fue un movimiento audaz.
Adárvez también incursionó en el mundo editorial, fundando el semanario El Viñatero, ya desaparecido. Y su entorno familiar tampoco pasa desapercibido. Está casado con Silvia Manzini, hija del periodista Enzo Manzini, quien adquirió más de 70 hectáreas en Zonda, donde funciona un museo privado que reúne piezas arqueológicas y arte sanjuanino. Silvia preside la Asociación de Museos Privados de San Juan, que nuclea a 18 instituciones. Juntos tienen dos hijas: Giovanna, corredora inmobiliaria, y Natalia, psicóloga y exmodelo en el exterior.
A los 79 años, Oscar Adárvez sigue demostrando que no ha abandonado del todo la escena pública. Su figura es conocida, discutida, polémica. El episodio del arma no lo muestra por primera vez en un entredicho con la Justicia, pero sí confirma algo: Adárvez siempre termina siendo parte del relato, ya sea como abogado, candidato o —como ahora— protagonista.
En cualquier caso, el hecho de haber estado armado sin la documentación correspondiente lo colocó, por unas horas, del otro lado del mostrador judicial. La prisión domiciliaria fue breve. El proceso, se asegura, continúa. Pero el desenlace es tan incierto como familiar: en San Juan, los personajes como Adárvez rara vez desaparecen del escenario. Cambian de rol, de trinchera o de discurso, pero nunca de libreto.