Ganarles a algunos políticos en su propia provincia es como querer hacer yoga sobre hielo, san juan incluido: sí, es posible… pero hay que quererlo de verdad, y no hablo de querer a la ligera, hablo de querer como se quiere un café en lunes a la mañana: con urgencia, determinación y una pizca de desesperación.
Kicillof, el rey de la Provincia de Buenos Aires, todavía cree que gobernar es hacer TikToks y posar con bebés mientras los servicios públicos se desmoronan. Su estrategia electoral es tan profunda como un charco en verano: mucha foto, mucho discurso vacío, y cero resultados. Ganó, sí, pero su triunfo tiene la fuerza de un globo desinflado. Mientras tanto, los bonaerenses miran su provincia y piensan: “Esto es lo que pasa cuando dejas que alguien haga campaña con maquillaje y no con gestión”.
Y después está Karina Milei, que parece haber recibido el manual del “populismo cool 101”: habla, habla y habla… y mientras tanto el resto del mundo sigue sin entender qué propone realmente. Su estilo es tan dramático que incluso las cámaras se cansan de ella. Promete un cambio radical, libertad económica y revolución, pero su plan tiene más agujeros que un queso suizo: los votantes se quedan con la sensación de que el único milagro que puede cumplir es hacer desaparecer las expectativas. Es como vender una Ferrari a uno que apenas sabe andar en bicicleta: espectacular en la teoría, desastroso en la práctica.
Mientras tanto, el Gobierno nacional sigue jugando al “aprendamos de nuestros errores… mañana”. Kicillof y Cristina miran sus cifras como quien mira una telenovela: con emoción y sin aprender nada. Los gobernadores esperan obras y plata como si fueran Papá Noel, y terminan con una bolsa de promesas rotas.
La política argentina se parece cada vez más a una comedia de enredos: promesas que se caen, candidatos que hablan mucho y hacen poco, y votantes que miran, suspiran y ruedan los ojos. Ganar es posible, sí, pero hay que tener estrategia, inteligencia y una capacidad de supervivencia que muchos no parecen tener.
Conclusión filosa: sí, se puede ganar… pero algunos prefieren la tribuna, y que otro se rompa el lomo.
Y mientras todo esto pasa, nosotros seguimos viendo el circo argentino: risas, llantos, promesas infladas… y la certeza de que la comedia política nunca tendrá fin. Porque en Argentina, incluso el fracaso tiene glamour, y la mediocridad se disfraza de revolución izquierdista.