Hace pocos dÃas se viralizó un video de dos adolescentes de Buenos Aires en diálogo con otros dos de Catamarca:
- Buenos Aires (BA): «¿de dónde son ustedes?»
- Catamarca (CT): «de Catamarca»
- BA: «eso queda en…»
- CT: «en Catamarca»
- BA: «sÃ, qué paÃs bo…»
- CT: «somos argentinos»
- BA: «AHH pensé tipo Bolivia…» (rostros sorprendidos)
- CA: «no, nosotros somos argentinos y nuestra provincia es Catamarca»
- BA: «viven en la selva ¿no?»
- CA: «sû (se sonrÃen)
- BA: «¿cómo es vivir all�
- CA: «tranqui, tranquilo, si lindo y acá hace mucho calor»
- BA: «mucho calor, guau, acá en Argentina está haciendo un frÃo bárbaro»
Anécdotas como estas circulan a menudo en las redes, todas ellas expresan a gritos una realidad: nuestros niños y jóvenes saben mucho menos de lo que el currÃculo escolar manifiesta que deberÃan saber.
Sin embargo… ¿qué conocemos sobre el aprendizaje en esas áreas?
Las Ciencias Sociales no han ocupado el centro de la preocupación en los operativos de evaluación. Tenemos mayores datos sobre Lengua y Matemática, pero la frecuencia de pruebas que miden aprendizajes en el área de Ciencias Sociales es mucho menor.
El siguiente cuadro obtenido de la web oficial del Ministerio de Capital Humano muestra por áreas y niveles (primario y secundario) el desarrollo de los operativos de evaluación Aprender:

No me interesa aquà adentrarme en un análisis sobre los resultados que, se puede anticipar estimativamente, son análogos a las áreas de Lengua y Matemática y sobre los que disponemos escasa información.
Aún no siendo una prioridad en los operativos de evaluación nacional, podemos afirmar que el interés por la enseñanza de las Ciencias Sociales siempre ha ocupado un lugar importante en la agenda educativa.
Durante más de cien años la enseñanza de la historia se mantuvo prácticamente sin cambios. Los programas establecidos en 1884 para las escuelas secundarias argentinas, incorporaron al currÃculum prioritariamente los hechos polÃticos y militares donde «se privilegiaba el tratamiento del perÃodo de las Guerras de la Independencia porque se consideraba que el principal valor educativo de la historia consistÃa en ejercer una poderosa influencia en la formación del espÃritu patriótico de niños y jóvenes, para lo cual el ejemplo de los próceres que habÃan construido la Nación resultaba insuperable».
Durante buena parte del siglo XX, el objetivo central de la enseñanza de la historia fue cultivar la identidad nacional a través de la memoria de hechos gloriosos y héroes fundacionales. La narrativa se centraba en el siglo XIX, en la organización nacional, las guerras de independencia y la construcción del Estado argentino. La metodologÃa predominante era expositiva, el docente transmitÃa conocimientos y el alumno debÃa memorizarlos. Este enfoque, si bien tenÃa el mérito de fortalecer una identidad común, limitaba la comprensión profunda de los procesos históricos.
Argentina en su camino de consolidación, con un escenario complejo de integración de las diferentes regiones y un movimiento de inmigración significativo, debÃa afianzar la identidad nacional y la educación fue una herramienta poderosa.
Las efemérides escolares fueron un eje organizador de la enseñanza de gestos, rituales, costumbres y sÃmbolos patrios que se trasmitÃan año tras año.
Por su parte, y en este mismo sentido, la enseñanza de la GeografÃa, surgida de las progresivas posibilidades de exploración del territorio nacional, puso el acento en el conocimiento de las regiones desde el punto de vista fÃsico, sus caracterÃsticas orográficas, sus recursos naturales, sus posibilidades productivas, las fronteras, los lÃmites, el crecimiento urbano. Aprender los mapas, las caracterÃsticas, los nombres de las ciudades principales, sus rÃos y montañas, las riquezas naturales y las riqueza que la intervención humana podÃa lograr, fueron parte de los principales contenidos de enseñanza; con un mismo enfoque pedagógico que para la historia.
El cambio de paradigma en lo que se refiere al modelo pedagógico, asà como a los contenidos componentes del currÃculum golpeó las puertas de la escuela a fines del siglo XX. Por un lado, el constructivismo que, desde sus referentes en ese momento, se presenta como la alternativa a la enseñanza tradicional, memorÃstica y enciclopedista con especial énfasis en la formación de valores patrióticos y nacionalistas. El principal cambio al respecto, fue introducir en el currÃculum no sólo los conceptos sino también las habilidades y las actitudes análogas a la de un historiador o un geógrafo, que debÃan ser abordadas como contenidos de enseñanza.
En resumen, la prioridad pedagógica pasó a ser la de formar estudiantes con capacidad crÃtica para pensar los hechos históricos o geográficos, desarrollando herramientas de investigación, de búsqueda de datos, de comprensión de procesos partiendo de los intereses cercanos y, por lo tanto, con énfasis en el presente.
A principios de este siglo se consolida, y la ley de Educación Nacional N° 26.206 (año 2006) lo establece como parte de los contenidos escolares, la visión (con más de dos décadas de influencia en las escuelas) que tuvo como ejes:
- Los derechos humanos y la memoria colectiva sobre los procesos históricos y polÃticos que quebraron el orden constitucional y terminaron instaurando el terrorismo de Estado.
- – La diversidad cultural e inclusión de pueblos originarios.
- – Los problemas sociales y ambientales contemporáneos.
- – El fortalecimiento de la perspectiva regional latinoamericana (que antes tuvo muy poco espacio en los contenidos escolares), particularmente el Mercosur en el marco de una identidad abierta y defensora de la diversidad.
- – El colonialismo desde visiones crÃticas.
- Los procesos socio-territoriales, el análisis de conflictos y la interpretación del espacio desde múltiples perspectivas, incluso las de género.

La consigna pedagógica de educar en el espÃritu crÃtico de modo que los estudiantes alcanzaran una formación ciudadana enriquecida por una mirada de los procesos históricos y geográficos, entendidos también como ámbitos de lucha polÃticos, encontró su lÃmite en la fragmentación ideológica que inclinó la balanza en un solo sentido.
El cambio de paradigma, que tuvo la riqueza de proponer una formación reflexiva, crÃtica, activa de parte de los estudiantes, desembocó en un camino estrecho y sesgado: borró a Alberdi de los libros de historia, desprestigió a Sarmiento y demonizó a Roca, se centró en un presente que parece empezar con la dictadura militar de la década de los setenta respecto a la cual (como dice la politóloga De Luca) «se enseña que la corrupción es un rasgo solo de los años 90, insinuados como continuidad del Proceso, al punto que muchos chicos creen que la dictadura terminó en 2003. En esos contenidos se lee:Tras los perÃodos dictatoriales y durante las democracias neoliberales de los años ’90, la polÃtica ha adquirido caracterÃsticas como la corrupción, que opera como elemento estructural».

Sin una mirada plural de los procesos polÃticos históricos y territoriales, la Argentina reflejada en los manuales y en el discurso oficial bajado a las escuelas, se transformó en una expresión partidizada de lucha por el poder y afianzó una construida e inexacta división entre los que pertenecen a la clase dominante, de derecha, opulenta frente a los que pertenecen al pueblo, que pregonan los derechos humanos, que luchan por la liberación de los diferentes yugos y que procuran el bienestar de todos. Esa demonización a la vez que romantización de los componentes de este binomio antagónico tuvo su arraigo en el currÃculum escolar y merece una revisión crÃtica que ni pretenda volver a un pasado glorioso y acrÃtico ni demuela los sesgos de los últimos cien años en la formación de nuestro paÃs.
La Historia y la GeografÃa, como disciplinas metódicas y cientÃficas brindan herramientas poderosas para la comprensión del mundo, de nuestro mundo. Comprender no es sólo asumir una única postura, al contrario, es poder entender todas las posturas y tomar una opción ética. Esa formación fundamental, la de la eticidad, deberÃa ser nuestro principal objetivo educativo. Formar desde esa eticidad en la memoria, en el pasado y en el presente; formar en la capacidad de dimensionar los territorios, en primer lugar, nuestro territorio con todas sus circunstancias que incluye saber que Catamarca es una provincia argentina; formar en la capacidad de concebir que el espacio y el tiempo son también abstracciones de un pensamiento y quehacer humano que puede trascender los condicionantes de su época y elaborar nuevas perspectivas de vida; formar para superar los viejos binomios que en su mayorÃa se gestaron como luchas que ya deberÃamos de dejar de asumir como propias para construir otras nuevas, genuinamente patriotas en el aquà y ahora de nuestro paÃs.