A días de Semana Santa, el humilde pescado blanco —antes despreciado por los carnívoros militantes— se transformó en artículo de lujo, superando al salmón, al lomo y a algunos departamentos de la provincia.
Desde el fondo del congelador al Olimpo del supermercado, el filet subió como alma que lleva el diablo, convirtiéndose en la nueva criptomoneda de los abuelos. “Antes llenaba el changuito con dos lucas, ahora no me alcanza ni para una aleta”, se quejó una jubilada con aroma a ajo y perejil.
Mientras tanto, los carniceros ríen en las sombras y los pescaderos miran al cielo, agradecidos: “Gracias Jesús, una vez más multiplicaste los panes y los peces… pero sobre todo, ¡los vivos multiplicaron los precios!»