Donald Trump volvió a ponerse de pie. Le acababan de disparar durante un acto en Butler, Pensilvania, tenía la camisa blanca desabrochada y su gorra roja ya no estaba en la cabeza.
La sangre le corría por la cara mientras los fusileros patrullaban el perímetro del escenario.
Un grupo de agentes del Servicio Secreto presionaron sus cuerpos contra el de él.
“Tenemos que movernos, tenemos que movernos”, suplicó uno.
“Espera, espera, espera, espera”, instruyó el ex presidente con una voz de orden acosada, pero sorprendentemente clara.
De mala gana, se detuvieron.
Y luego su brazo se extendió hacia el cielo y comenzó a golpear el aire.
La multitud comenzó a cantar:
“¡Estados Unidos! ¡EE.UU!» – mientras los agentes empujaban a Trump hacia las escaleras.
Cuando llegaron al escalón superior, se detuvieron una vez más para que Trump pudiera levantar el brazo un poco más y agitar el puño un poco más rápido.
La multitud rugió un poco más fuerte.
Es difícil imaginar un momento que personifique más plenamente la conexión visceral de Trump con sus seguidores y su dominio de la era mediática moderna.
Trump no abandonaría el escenario sin indicarles a sus fanáticos que estaba bien, incluso cuando algunos todavía lloraban de miedo.
Y no se limitó a saludar o asentir, sino que levantó el puño en señal de desafío sobre su rostro ensangrentado, creando una imagen que la historia no olvidará.
Siempre ha sido muy consciente de cómo se ve en los grandes momentos, practicando su entrecerrar los ojos de Clint Eastwood y preparándose para su mueca cruel en la foto policial.
Pero no hubo tiempo para prepararse para esto.
Mientras los agentes lo obligaban a ponerse de pie, tartamudeó:
“Déjame ponerme los zapatos, déjame ponerme los zapatos”.
“Lo tengo, señor, lo tengo, señor”, respondió un agente.
Trump se levantó, con la voz entrecortada al principio, repitiéndose todavía:
“Déjame ponerme los zapatos”.
“Mantén eso en tu cabeza”, le dijo un agente, “está sangrando”.
“Señor, tenemos que pasar a los autos”, dijo otro.
“Déjame ponerme los zapatos”, dijo Trump nuevamente.
Feroz en un momento, parecía agotado y afligido al siguiente.
Después de que los agentes lograron sacarlo del escenario, lo llevaron hacia una Chevrolet Suburban en ralentí.
Comenzó a trepar hacia el interior, pero antes de que la puerta pudiera cerrarse, se volvió hacia la multitud.
Su cabeza parecía más empapada de sangre que antes.
Levantó el puño una vez más.
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