Hay muebles que hacen más ruido que ciertos senadores. Literalmente. Por ejemplo, Celeste Giménez y Bruno Olivera, nuestros representantes sanjuaninos que han perfeccionado el arte milenario del mutismo parlamentario. No dijeron ni “presente” con énfasis. Se sientan, respiran (esperamos), y votan como quien marca asistencia en la secundaria para no repetir el año.
Pero no están solos. Se les suman sus pares de Chaco, Misiones, Río Negro y La Pampa. Una selección nacional del silencio. Un coro de grillos institucionales. Un pelotón de estatuas con sueldo. Una banda tributo a «Los Beatles», pero sin instrumentos ni canciones.
Es tan grave el asunto que si mañana alguno de ellos llegara a abrir la boca, habría que llamar a Defensa Civil, porque sería una manifestación paranormal. Se sospecha que en realidad son hologramas. O maniquíes con traje. Si fueran actores de reparto en una serie, figurarían en los créditos como “Senador 1 (sin diálogo)”.
El pueblo los eligió para hablar, representar, debatir, legislar. Ellos eligieron el voto en modo silencioso. No porque no tengan ideas (queremos creer), sino porque el Congreso parece para ellos un spa: silencio, calma y sueldo a fin de mes. Meditación legislativa, le dicen.
Ya que no hablan, ¿no podrían al menos usar carteles? ¿Gestos? ¿Mímica? Algo que indique que están vivos. Aunque sea un suspiro que diga: “Estoy acá, pero no me pidan demasiado”.
En fin, gracias por tanto. O mejor dicho, gracias por nada.