En Calingasta hay un misterio más grande que los alien en el Cerro Mercedario: ¿dónde están los balances municipales? ¿Se los tragó el viento Zonda? ¿Los está armando un escriba medieval a mano con tinta de cactus? ¿O acaso están tan escondidos como la decencia en época de elecciones?
Los concejales, liderados por la incansable Nora Olivares —que ya agotó más instancias que un celular con Android viejo—, quieren respuestas. Porque claro, controlar sin balances es como hacer un asado sin fuego: puro humo.
El intendente Sebastián Carbajal, en vez de responder con números, responde con silencio, como si fuera un chamán que espera que las cuentas se alineen solas en la planilla Excel cósmica. Mientras tanto, desde el Ejecutivo apuntan a la tesorera, como si la señora fuera una especie de gárgola contable que se niega a firmar los partes diarios. Pero ella, digna y tranquila, dijo que con un simple llamado bastaba. ¡Un llamado! No hacía falta ni carta documento, ni paloma mensajera, ni sesión del Consejo de Seguridad de la ONU.
Esto ya no es política. Esto es comedia. Tragedia griega con mate y criollitos.
Y entonces, como si esto fuera una novela policial sin detectives, los concejales piden la presencia de Carbajal en el recinto. Para que dé la cara. Para que explique por qué la transparencia municipal brilla… por su ausencia.
Porque si hay algo más difícil que entender el presupuesto municipal de Calingasta, es conseguir que alguien lo muestre. Y si de controlar se trata, los ediles no quieren ser jueces, pero tampoco quieren ser ciegos de fe: quieren ver los números, las cuentas, los papelitos, aunque sea con letra ilegible.
Vamos, Carbajal. No esconda los balances como si fueran el Santo Grial. No hace falta un arqueólogo ni un GPS: ¡hace falta voluntad política y una impresora que funcione!