En Argentina, las leyes electorales tienen la solidez de una gelatina al sol. Se derriten, se deforman, y si no te gustan… bueno, tranquilo, que el Congreso te cocina otra en microondas.
Como decía el gran filósofo político Groucho Marx (y no Máximo, el otro Marx), “estos son mis principios, pero si no le gustan… tengo otros”. Y en esta criolla versión remixada, la frase se transforma en: “esta es mi ley electoral, si no me sirve, la doy vuelta como media”.
Vamos con ejemplos, que sobran.
En 2022, Máximo Kirchner —hijo de Néstor, discípulo de Cristina y actual campeón olímpico de contradicciones y vagancia— impulsó con fervor la suspensión de las PASO. ¿Por qué? Fácil: no le convenían.
Pero este año hizo lo que todo político argentino bien entrenado debe saber hacer: votó en contra de lo que él mismo había votado antes. Es decir, se pegó una pirueta ideológica digna de un oro en gimnasia rítmica legislativa.
¿Le importó? Para nada.
¿Dio explicaciones? Menos.
¿Se sonrojó? Solo si el maquillaje del recinto lo permite.
Y no está solo. El kirchnerismo en pleno está más ocupado en restaurar la reelección indefinida para concejales, legisladores y hasta serenos del congreso que en solucionar cualquier problemita menor como la inflación, la inseguridad o que medio país coma arroz con tuco sin tuco.
Cristina quiere que vuelvan todos. ¿Quiénes? Todos. Aunque algunos no se habían ido.
Axel Kicillof, mientras tanto, juega a ser el Robin Hood de los intendentes: les quiere devolver la reelección eterna, esa noble tradición del feudo criollo donde uno nace, gobierna, muere y lo reemplaza su primo.
Y Massa, que en 2017 fue abanderado de terminar con las reelecciones infinitas, ahora parece haber recibido una epifanía electoral: “¿y si mejor… vuelven?”. Nueve legisladores suyos están en la cuerda floja, y él decidió que la mejor forma de sostenerlos es… cortando la cuerda, pero poniendo una red abajo con reelección.
El nivel de coherencia es tan alto que uno ya no sabe si están legislando o escribiendo guiones de ciencia ficción con finales abiertos.
Y no olvidemos las PASO. Esas primarias que nacieron en 2009 con Néstor Kirchner, no por amor al pluralismo, sino para evitar que otros les arruinen el asado. Esas mismas PASO que hoy odian con pasión, porque ya no les sirven para elegir nada, excepto nuevos motivos para eliminarlas.
Lo tragicómico es que las reglas electorales en Argentina son como el clima: cambian cada cinco minutos, nadie sabe quién las maneja y todos se quejan, pero nadie hace nada. Lo que debería ser un marco serio para la competencia política es, en realidad, una especie de buffet libre legislativo donde cada partido elige lo que le cae mejor al estómago electoral.
¿Democracia? Sí, pero con delivery.
¿Principios? Sí, pero con opción de cambio.
¿Leyes? Sí, pero que no molesten demasiado.
En resumen, si estás buscando estabilidad institucional, coherencia ideológica o, al menos, un poquito de decencia, quizás la política argentina no sea el lugar indicado. Pero si querés ver cómo se cambian las reglas en vivo, sin pudor y con risas grabadas… este Congreso es tu Netflix.