Este 25 de mayo, Cristina Fernández de Kirchner volvió a ocupar el centro de la escena política. No regresa con humildad ni con autocrítica, sino con el mismo tono desafiante con el que gobernó. No vuelve para revisar errores ni rendir cuentas, sino para insistir con un modelo agotado que dejó al país más dividido, más pobre y más cínico.
El acto en el Polo Cultural Saldías no es una celebración republicana. Es una puesta en escena para reivindicar una época marcada por la corrupción sistémica, el autoritarismo discursivo y el deterioro institucional. Es la confirmación de que el kirchnerismo no aprendió nada, y tampoco está dispuesto a hacerlo.
Siete escenas describen lo que realmente fue ese poder. No son relatos ni metáforas: son datos duros, consecuencias concretas y cicatrices que siguen abiertas.
1. El saqueo institucionalizado
El vínculo entre el poder político y empresarios amigos fue una maquinaria aceitada para vaciar al Estado. Lázaro Báez, testaferro y contratista privilegiado, es el símbolo de un esquema donde las licitaciones eran simulacros y la obra pública, una vía directa al enriquecimiento ilícito. No fue un caso aislado, fue un método. Y fue tolerado —y defendido— desde lo más alto del poder.
2. La demolición de los límites republicanos
Cristina gobernó como si el país le perteneciera. Cooptó organismos de control, presionó a jueces, ninguneó al Congreso, y usó la cadena nacional como tribuna personal. La política se convirtió en culto a la personalidad, y las instituciones en obstáculos que había que rodear o destruir. El Estado de Derecho fue reemplazado por un modelo de poder personalista, que aún hoy impide discutir con madurez.
3. El festival del billete sin respaldo
El kirchnerismo eligió imprimir dinero en lugar de gobernar con responsabilidad. La inflación se disparó, los precios se descontrolaron y la confianza en la moneda desapareció. Se rifó el futuro para mantener una ilusión de bienestar artificial. La emisión descontrolada fue un plan deliberado: no fue ignorancia económica, fue oportunismo político. Y los costos los siguen pagando los más pobres.
4. La colonización del sentido común
Desde el Estado se construyó un relato que convirtió la mentira en política oficial. La propaganda reemplazó al debate; la lealtad partidaria fue más importante que la verdad. Se persiguió a periodistas, se compraron medios, se adoctrinó desde las aulas. Todo disenso fue tratado como traición. La palabra oficial se volvió un arma. El relato fue más que una narrativa: fue un cerco mental.
5. El abandono de los territorios
En los barrios más vulnerables, el Estado se retiró. Las promesas de inclusión quedaron en slogans, mientras el narcotráfico, la violencia y la miseria avanzaban. El clientelismo ocupó el lugar de la política social. La inseguridad se naturalizó. El kirchnerismo habló de justicia social mientras entregaba vastos sectores del país al desgobierno y a las mafias.
6. El cinismo diplomático
Mientras levantaba la bandera de los derechos humanos, el kirchnerismo tejía alianzas con dictaduras y regímenes autoritarios. Se celebraban acuerdos con gobiernos que persiguen opositores, encarcelan periodistas y censuran libertades. El doble discurso se institucionalizó. No fue incoherencia: fue hipocresía. La política exterior se usó para blindar ideológicamente un modelo que ya no se sostenía.
7. El aislamiento internacional
La Argentina se convirtió en un país irrelevante. El kirchnerismo destruyó vínculos estratégicos, se enemistó con democracias consolidadas y abrazó causas marginales que nada aportaron al desarrollo nacional. Perdimos credibilidad, mercados y aliados. Nos encerramos en un nacionalismo vacío que disfrazaba incompetencia con soberbia.
Epílogo: el eterno retorno
Cristina Kirchner no vuelve como una estadista que reflexiona, sino como una dirigente que se niega a retirarse. No hay revisión, no hay mea culpa, no hay aprendizaje. Solo hay insistencia. Su retorno es el síntoma de un país atrapado en sus propios fracasos, incapaz de clausurar una etapa que hace tiempo debería haber terminado.
La Argentina necesita construir futuro, pero sigue girando alrededor de figuras que solo ofrecen pasado. Cristina no representa una alternativa: representa la repetición. Y la repetición, en política, es decadencia.